Fuente; http://blogs.elpais.com/mujeres/2015/07/poetas-indignadas.html
La ciudadanía indignada ha votado ya en gran parte a favor del cambio y se respiran nuevos aires, ahora las poetas reclaman también un nuevo paradigma. Resulta que el fuego de la indignación arde en el mundo literario y en concreto en las plazas de la poesía, ese género que aún atesora las más altas cotas del prestigio, aunque sus lectores sean más bien pocos.
La mecha, unas desafortunadas declaraciones del editor Jesús García Sánchez, conocido como Chus Visor, en las que aseguraba que la poesía española del siglo XX hecha por mujeres no daba la talla. “Lo siento, la poesía femenina en España no está a la altura de la otra, de la masculina”, decía en una entrevista publicada por “El Cultural” de El Mundo (26/06/2015).
Sabemos que la poesía no es precisamente una ciencia exacta, de ahí que cada cual pueda decidir a su antojo qué es buena o mala poesía. Habrá quien opine que Emily Dickinson era un genio o acaso una loca. Incluso hay quien se funde de placer leyendo a Rilke, mientras otros lo denostan. Para gustos colores. El editor en cuestión no se ha limitado a afirmar que Gamoneda no se entiende (que lo ha dejado bien clarito), sino que ha hecho una enmienda a la mayor, añadiendo: “No hay una poeta importante ni en el 98, ni en el 27, ni en los 50, ni hoy”. Duras palabras, aunque muy lícitas, que han encendido los ánimos de la comunidad poética femenina y a las que un grupo de mujeres poetas de la asociación Genialogías, que promueve el reconocimiento de la literatura escrita por mujeres, ha respondido con el manifiesto “¡Justicia poética ya!”, que recoge firmas a través de Change.org. Así que si crees que desde los hermanos Machado y compañía alguna hacedora de versos no lo ha hecho tan pésimamente mal, estampa allí tu firma.
En dicho manifiesto, firmado simbólicamente por María Aguerrida, se asegura que buenas poetas las ha habido, las sigue habiendo y las habrá, y se denuncia con datos de lo más ilustrativos un universo poético que en pleno siglo XXI chirría bastante: cuatro Premios Nacionales de Poesía concedidos a mujeres desde 1977, presencia ínfima en las antologías, falta de paridad en los jurados de los premios y, last but not least, el ninguneo por parte de algunos sectores masculinizados hasta el extremo y donde las mujeres brillan por su ausencia. Visto el poco eco que se les da desde que Ernestina de Champourcín y sus colegas féminas renegaran del término “poetisas” con que se las quiso despectivamente bautizar, es pues probable que lo que les suceda a algunos, incluido a Chus Visor, es que no las encuentren en las librerías.
VISOR
El editor Chus Visor. / CRISTÓBAL MANUEL
Lo que es seguro es que ninguno de los que desprecia los versos que desprenden perfume femenino tiene en su biblioteca subrayadas y bien leídas ninguna de esas dos antologías esenciales para conocer la poesía española del XX escrita en femenino que son Las diosas blancas (1985) y Ellas tienen la palabra (1997). La primera es una antología de la joven poesía española escrita por mujeres y la segunda un repaso a dos décadas de poesía que van de Ana Rossetti a Ana Merino, por cierto ambas de demostrada solvencia poética. Lectores y lectoras de esas y otras muchas poetas es posible que sí sean en cambio las casi dos mil almas que hasta la fecha han secundado el manifiesto. Entre ellos se encuentran novelistas como Elvira Lindo, Andrés Neuman, Flavia Company y Milena Busquets, cineastas como Chus Gutiérrez e Inés París, fotógrafas como Ouka Leele y Colita, periodistas como Maruja Torres y Pepa Bueno o críticas como Mercedes Monmany. Y claro está una caterva de poetas indignadas y no precisamente nefastas: Juana Castro, Noni Benegas, Amalia Iglesias, Concha García...
Lejos de tratarse de un ejercicio de acoso y derribo a un editor esforzado, que arrastra un largo currículum de logros desde una editorial que ha sido fundamental para la construcción de un bagaje lector amplio y variado (pues ha publicado a autores que van de Rimbaud a Pessoa, de Novalis a los sonetos best seller de Sabina), esta pequeña revolución poética que ha incendiado este caluroso verano de 2015 parte de décadas de menosprecio y propicia un debate necesario, pues las cifras de infrarrepresentación femenina hablan claro. Ya en la segunda mitad del XIX poetas como Rosalía de Castro tuvieron que reivindicar su espacio a codazos; en los años 20 y 30 las poetas “sinsombrero” vinculadas a la República bracearon con energía; y entre los novísimos tan sólo se le cedió el paso a Ana María Moix. Pocas facilidades, a decir verdad, y mucho velado y no tan velado menosprecio.
En la polémica entrevista, Chus Visor insiste en que para él García Montero es “el poeta más significativo en España e Hispanoamérica de los últimos 20 años”. Una afirmación que me recuerda demasiado a la que hacía el otro día un conocido periodista cultural al que aprecio considerando a Vargas Llosa el mejor escritor vivo del mundo. Me temo que no, que aunque para gustos colores ni Vargas Llosa es la crème de la crème de la literatura ni García Montero el gran vate en lengua hispana, aunque ambos sean notables escritores, eso está claro.
En realidad, si tomamos distancia y nos hacemos con una objetiva visión de conjunto, salvando algunas voces imprescindibles que por razones varias (incluidas las políticas) han ayudado a construir nuestra idiosincrasia cultural y cuya huella permanecerá indeleble, la mayor contribución a la literatura española de la segunda mitad del XX la han hecho las mujeres poetas en su conjunto, no los epígonos de Valente o Gil de Biedma. Otro tanto ha sucedido en Estados Unidos con la corriente poética feminista a la que pertenecen Adrienne Rich y Audre Lorde. Charles Simic, quien estuvo hace poco recitando en Barcelona, es un poeta estupendo, pero su legado distará mucho del de ellas.
RICH
La poeta estadounidense Adrienne Rich. / CORDON
Y es que si, volviendo a nuestra tradición, pusiéramos a un lado del fiel de una balanza las aportaciones de las mal llamadas poetisas y al otro el de los poetas alfa, aquellas han ayudado mucho más a que nuestra cacofónica poesía avance. Son ella las que han ofrecido desde registros bien variados una nueva mirada sobre la identidad femenina, que es en realidad la gran aportación del siglo XX a la literatura en general. Negarlo es no haberlas leído o haberlas leído mal, con prejuicios de género. No temamos pues agitar las aguas para sentar las bases de un nuevo canon, alejado ya de caducos ecos patriarcales, que nos sirva realmente para construir la literatura del futuro.
Por: Mª Ángeles Cabré