Fuente: http://contratiempo.net/2014/10/maria-zambrano-y-la-generacion-del-toro/
La filósofa española María Zambrano solía llamar a la Generación del 27 "la generación del toro", y no por la afición que varios de ellos mostraran por los toros ni muchos menos por las elegías que Federico García Lorca y Rafael Alberti dedicaran a la muerte de Ignacio Sánchez Mejías;
el nombre aludía más bien a la lectura que la filósofa hacía de la Historia como una historia sacrificial que sólo podía ser explicada por las víctimas que le han sido ofrendadas, ya sean individuos o pueblos enteros. En una carta al poeta Emilio Prados, escribe que la Generación del 27, a la manera de un toro en el ruedo, también fue ofrecida en sacrificio. A ellos les perteneció el "exilio", "la soledad" y la "muerte"; fueron, pues, entregados al ruedo donde se decide la Historia.
Casi todos los integrantes de esta generación en algún momento recibieron un comentario, un artículo, un ensayo, por parte de María Zambrano: La poesía de Luis Cernuda, publicado en 1962; José Bergamín: pájaro pinto del mismo año; mientras que El poeta y la muerte. Emilio Prados, Pensamiento y poesía en Emilio Prados, Presencia de Miguel Hernández, Acerca de la Generación del 27, León Felipe, Bergamín crucificado, pertenecen a su pensamiento tardío; no así Un viaje: infancia y muerte (García Lorca), El destino de ser poeta: Presentación a Tres poemas juveniles, que fueron escritos en los años treinta.
Zambrano vio en la poesía de la Generación del 27 "un lugar" donde acontecía eso que andaba buscando para su entonces incipiente discurso; vio en ella la imagen del descensus ad ínferos, el cual aludía a una experiencia fundamental del ser del hombre, pues descender a los infiernos no es otra cosa que sumergirse en el fondo oscuro de la vida misma. Si bien es cierto que esta noción tiene claras resonancias románticas (sobre todo de Gerard de Nerval y Jean Paul) y órficas-pitagóricas, Zambrano dirá que esta noción tomó cuerpo en la poesía de algunos integrantes de la mencionada generación.
A finales de los años treinta -algunos años antes de los escritos preparatorios a esa gran obra maestra que es El hombre y lo divino- la joven Zambrano piensa que frente al discurso lógico racional de la filosofía (cierta filosofía) había que construir una razón sustentada en el lenguaje de las entrañas, de los ínferos; había que construir una razón capaz de descender a los infiernos, más tarde esta idea se concretará en su propuesta de razón poética. Pero aquí nos interesa por el momento su afirmación de que la palabra poética puede descender a los infiernos del ser. En ese momento su referente inmediato era la poesía de García Lorca, de Emilio Prados, de Luis Cernuda, e inevitablemente Pablo Neruda.
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A la poesía la "impureza" le viene de la carne, de las entrañas, del mundo sensible. Si la poesía es "un vivir según la carne" según nos dice en Filosofía y poesía, entonces no puede ser más que "impura", terrenal, y fragmentaria. La poesía no lo puede decir todo, no puede ser depositaria de una verdad universal, única y definitiva, sino todo lo contrario, la poesía tiene un carácter limitado, provisional e inacabado. Su decir es un balbuceo.
En la poesía se dice el ser. Y en primera instancia, lo que le preocupa a Zambrano es el ser del hombre; hombre que reside en la tierra, que es y sólo existe mientras está en ella. Fuera de ella, puede ser un ángel, un dios o un fantasma, pero mientras reside en la tierra es un ser finito, atado al cambio; forma parte de aquello que Platón designó "mundo de las apariencias". La poesía es una forma de atarse a ese mundo de las apariencias, de aferrarse a él con los cabellos, con las uñas. La poesía es un lenguaje de los ínferos porque en cada metáfora el mundo y el hombre se desentrañan. Era de esperarse que la poesía "pura" de Paul Valéry no fuera bien recibida en el interior de un discurso que encuentra en la poesía un carácter eminentemente ontológico. En una nota final de Filosofía y poesía, Zambrano sostiene que el poeta francés hizo con la poesía lo que Platón con las ideas: la desterró del mundo sensible.
La noción de poesía "impura" presente en Zambrano puede extraerse básicamente de dos textos, el ya mencionado Filosofía y poesía (1939) y el ensayo Pablo Neruda o el amor a la materia (1937). Uno es el correlato del otro. Si la poesía "ha sido en todo tiempo, vivir según la carne. Ha sido el pecado de la carne hecho palabra, eternizado en la expresión, objetivado" (1), Residencia en la tierra es una muestra de lo anterior. Pareciera que esta caracterización de la poesía como asunto de la carne estuviera dirigida a confrontarse con la idea misma de la condenación platónica de la poesía.
La imagen del descenso a los infiernos también había sido relacionada a la poesía en 1936, al redactar la introducción de una antología de la poesía de Federico García Lorca preparada por la propia Zambrano (2); lo cual nos sugiere la innegable presencia de poetas de la Generación del 27, y del propio Neruda, en la concepción de poesía que recorre algunos textos de Zambrano, donde la palabra poética es inseparable de las nociones "entrañas" e "ínferos".
En la introducción a la antología de García Lorca de 1936, Zambrano habla de las inmensidades que el poeta recorre en su interior, en las entrañas de su ser, para que la palabra poética pueda darse a la luz. Bajo esta perspectiva el poeta es aquel ser que lleva entre sus hombros el peso de su existencia y del mundo. Quizá la imagen que mejor lo simboliza sea la figura de Atlas soportando el peso del orbe sobre sus hombros. Pues el poeta debe asumir el sentir originario que, en tanto sentimiento de angustia y desolación, envuelve la vida humana.
Leonarda Rivera es Maestra de Filosofía por la UNAM y tiene dos libros de poesía publicados.
Notas:
(1) María Zambrano, Filosofía y poesía, FCE, México, 1987, p. 47.
(2) Federico García Lorca, La poesía de Federico García Lorca, (Comp. María Zambrano), Santiago de Chile, 1936; reeditada por la Fundación María Zambrano, Vélez-Málaga, 1989.