Dábame el mar la nota de su melancolía; el cielo, la serena quietud de su belleza;
los besos de mi madre, una dulce alegría,
y la muerte del sol, una vaga tristeza.
Nunca pensé que en pleno centro de Lima, en hora punta de un día cualquiera pudiera transportarme a la orilla del mar en medio de una playa serena y llegar precisamente para el atardecer, todo en menos de cinco minutos. Eso fue exactamente lo que sentí cuando fui intervenida por los susurradores.
Voy a susurrarte uno en quechua, me dijo Ysabel, mientras acomodaba su tubo para que llegara directamente a mi oído desde su boca, tal cual como un susurro. Cerré los ojos, aún podía escuchar el tráfico y la gente hablando a mi alrededor. Entonces, como un soplido inesperado, como un secreto cómplice, me susurró poesía al oído y me abstrajo inmediatamente del acelerado ritmo de la ciudad para dejarme en un paisaje nuevo donde reinaba el silencio y la paz. Una dosis de calma entre tanto bullicio.
Los susurradores son 6, tres hombres y tres mujeres. Ysabel García es la coordinadora del grupo. Cada uno maneja un repertorio distinto y una forma propia de susurrar. Algunos susurran poesías, otros entonan breves cantos y algunos otros hacen adivinanzas al público, sobre todo para los más pequeños. Los 6 trabajan para 'La casa de la literatura' y se vieron involucrados en este proyecto como parte de las actividades de cierre de un taller de expresión oral con la famosa narradora de cuentos, Cucha del Aguila. Fue ella quien los motivo a intervenir un espacio a través de la poesía con el único fin de divulgar y expandir el alcance de la cultura y la narrativa.
Luego de esta exitosa primera intervención el grupo se dio cuenta de que a través del susurro podían llegar a un mayor numero de personas y que, por tratarse de algo tan breve, un susurro de menos de 2 minutos, lograban captar fácilmente su atención. Crearon formalmente la agrupación en Marzo y se prepararon para asistir a cuanto evento cultural pudieran. Pero no bastaba con intervenir a quienes acudían a eventos culturales, había que llevar la cultura y la poesía afuera, a quienes no la buscaban en absoluto.
Así decidieron intervenir las calles. Por ahora el Centro de Lima es su escenario. Se preparan antes de cada intervención y se equipan con sus tres únicas armas, la poesía, un tubo de cartón y su propia voz.
Me cuentan que la gente suele reaccionar reacia la primera vez que los ven. Muchos piensas que el tubo será usado para gritar, o en el otro extremo golpear. Pocos se imaginan el viaje que están a punto de hacer, guiados a través de sus propios sentidos. La respuesta de cada persona ante la pregunta "¿Le gustaría que le susurre un poema?" es muy variada. Hay quienes pasan de largo, otros que dicen ir muy apurados, otros que ríen y siguen su paso y hay esos pocos afortunados que se detienen, cierran los ojos y se dejan cautivar por un par de segundos.
Durante la intervención el susurrador debe concentrar todos sus sentidos en el oído de la persona que escucha. Aquí aparece el otro protagonista sin el cual los susurradores no serían lo mismo. Es el tubo que tiene cada uno de ellos. Hecho de cartón reciclado, pintado con diseños que ellos mismos han escogido y usado como conductor del sentir.
El eco que se produce dentro del tubo aumenta la sensación de lejanía y permite al intervenido verse inmerso en una experiencia en la que la poesía se siente viva. El susurro llega a través del tubo. La expresión de las personas va variando. El viaje los hace pasar por el asombro, la risa, la meditación y cuando aterrizan se dan cuenta que nunca se movieron de su sitio. Los susurradores me cuentan que al terminar muchos les preguntan cuánto tienen que pagar, ellos les recuerdan que la cultura es gratis.