XXXVI CERTAMEN DE POESÍA "BLAS INFANTE"

Leer como poeta - Perú

Fuente: http://www.larepublica.pe/columnistas/que-sabe-nadie/leer-como-poeta-21-03-2015

Algo ocurre en el ambiente cuando un poeta lee sus poemas. Algo se paraliza o se descose. Lo advertí por primera vez a inicios de los noventa, en los recitales del anfiteatro del Parque Kennedy de Miraflores, y lo confirmo cada vez que un poeta me visita en la radio y le pido que lea un texto.

A los narradores también se los pido, pero aquí, entre nos, me gusta más cuando leen los poetas. Es casi seguro que ninguno ha educado su voz para irradiarla a través del micrófono y, sin embargo, hay que verlos, es decir oírlos, cuando abren la boca, recuestan un poco la cabeza y dejan salir desde los intestinos esas palabras dictadas por voces diferidas que solo ellos escuchan. Entran en trance, se desdoblan, se dejan poseer, se vuelven receptáculos de algo.

A diferencia de los narradores, que leen orgullosos y satisfechos, convencidos de estar compartiendo palabras genuinamente suyas e intransferibles, los poetas recitan como si no fuesen autores exclusivos de aquello que leen o dicen de memoria. Leen sus poemas como si los hubieran escrito a cuatro manos, en complicidad con otro, con alguien más, alguien que sin duda habita dentro suyo pero cuya existencia ellos desconocen, o conocen a medias, o conocen muy bien pero no se atreven a admitir, al menos no públicamente, porque hacerlo implicaría aceptar un cierto grado de demencia u oscuridad; como si no fuera obvio que los poetas están hechos también de eso: oscuridad y demencia.

Recuerdo lo impactante que fue hace diez años —en los albores de YouTube— escuchar a W.H. Auden recitando los poemas de "Gracias Niebla"; o a Borges leyendo "Borges y yo"; o a Bukowski con "El Genio de la Multitud"; o a Kerouac con sus "American Haikus"; o a Gelman, o a Neruda, o a Ted Hughes, o a Eielson o a Blanca Varela o a cualquier poeta que admiro, cuya voz entonces era una sustancia completamente desconocida. Eran voces tan distintas, roncas, pedregosas, reposadas, marciales, granuladas, nostálgicas, severas, arrogantes, elásticas, y sin embargo todas marcadas por una misma cadencia fluvial, porque así leen los poetas: como ríos tupidos, álgidos, condenados a no desembocar en ninguna parte.

Ahora, cada vez que escucho a Cummings, Yeats o Lowell vía Spotify, constato que las voces tienen un mismo sello enérgico y dramático que nada tiene que ver con el idioma, un sello de actitud que también está, por ejemplo, en Jorge Pimentel leyendo "Balada para un Caballo" en la sala de su casa, o en Toño Cisneros leyendo "Cuatro Boleros Maroqueros" desde una ventana del Palacio de la Moneda de Chile.

De los últimos poetas que han visitado la radio, dos han conseguido ponerme la piel de gallina leyendo. Victoria Guerrero y Mariela Dreyfus. Victoria con pasajes de su poema, "Escombros", donde dice: "A más edad se es más imbécil/ Es una verdad indiscutible/Ya no se tiene fuerzas para leer hasta perder la cordura/Ahora se vive fluidamente sin grandes conmemoraciones"; y Mariela —escúchenla hoy (8 p.m.) en RPP— con "Instantánea", del libro Morir es un Arte, escrito antes y después de la muerte de su madre. "Mamá y las toxinas, los narcóticos/el innombrable opio, la morfina/mamá adelgazando en dos semanas/delgadita y marrón entre las sábanas".

Sí, algo ocurre en el ambiente cuando leen los poetas. Algo se paraliza o se descose.