Las palabras necesarias - España

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Fernando Beltrán presenta en Oviedo 'Hotel Vivir', su último libro tras la edición hace cuatro años de la obra reunida, donde persiste la fidelidad a la poesía que siente y dice en la primera persona del plural Fernando Beltrán (Oviedo, 1956) es un hombre de palabras.

Y, desde aquel Aquelarre en Madrid, (accesit al Premio Adonais de 1982) ha sabido encontrarle su uso justo y preciso. No sólo en su poesía, también en su otro oficio, el de “nombrador”. A él se deben algunas expresiones que han enriquecido el léxico comercial de los últimos años: Amena, OpenCor, Faunia o Rastreator, por sólo citar algunas. Pero son sus metáforas las que muestran su compromiso con la poesía que siente y dice en la primera persona del plural.

Cuatro años después de la publicación de su obra reunida, Beltrán retorna con Hotel Vivir, un volumen donde la palabra precisa y el sentimiento exacto se dan la mano. En ocasiones para conducirnos por los recovecos de la biografía, otros para acercanos a la belleza y, como no, para llevarnos a los territorios del buen decir.

Es Fernando Beltrán un poeta fiel a sus orígenes. A principios de la década de los ochenta impulsó con Miguel Galanes una rebelión estética que se materializó en un movimiento llamado Sensismo. Frente al sopor culturalista y la pesadez esteticista, los sensistas optaron por hablar el lenguaje de las gentes (no en vano El hombre de la calle es el título de la primera antología de Beltrán, editada en 2001 y de la revista poética que dirige). La asturiana colección de poesía Aeda contribuyó en buena medida a que se materializase aquella valiente apuesta por una literatura comprometida con la palabra y la realidad. Después vendrían dos manifiestos, Perdimos la palabra (1987) y Hacia una poesía entrometida (1989). Era la suya una poesía “desde” la experiencia, pero que nunca renunció a las metáforas para explicar la condición de los hombres y mujeres de su tiempo.

Anoche mismo, Beltrán abrió las puertas de su Hotel Vivir en la Librería Cervantes de Oviedo, ciudad natal a la que acude habitualmente para mostrar su fidelidad a un territorio que supone más que un episodio de la nostalgia, o mejor dicho, de la “señardá”, esa hermosa palabra del asturiano que comparte hermandad con la “saudade” o esos otros vocablos que retienen la sentimentalidad de los territorios del noroeste ibérico y del atlántico septentrional. Y eso que Beltrán tiene escrito “no regreses al lugar donde fuiste feliz”.

Una sentimentalidad norteña presente desde sus inicios en los poemas de Fernando Beltrán. Más en los de Hotel Vivir, porque en ellos habita el “señardosu” homenaje a los muertos más queridos. Por una parte, la emoción de los versos dedicados al gabán heredado de un padre de silencios, a la sábana que cubrió a la madre gastada y agonizante o a la gabardina amarilla y mojada del amigo francés perdido. Por otra, el dolor ajeno, pero común, de los inmigrantes y refugiados, de las víctimas de un siniestro ferroviario o el de los exterminados por el nazismo. Beltrán mostró anoche en Oviedo sus arterias sin estenosis, abiertas en canal. No habló de su poesía, dejó que ella hablara sola. Con las palabras precisas y emocionadas, hasta las lágrimas del propio autor, leyó con turbación los textos de su última obra y un hermoso poema inédito dedicado a la madre moribunda, aún bella pese a la extenuación de las cánulas y la morfina.

Los padres omnipresentes en su ausencia, el catálogo ampliado de pérdidas, el temor al vacío (no a la muerte, esa parte esencial de la vida) y, sobre todo, el amor “a brazo partido” por las personas enlazan una poesía que siente y comparte, tanto la individualidad dolorosa o alegre, como la festividad o la tragedia colectiva. Ahí está la lealtad del poeta ovetense trasterrado a Madrid al “sensismo” y a la “poesía entrometida” de sus inicios más agitadores que le permite tutear con una expresividad singular cualquier rescoldo de la condición humana y sus metáforas. Por eso y, por otras muchas cosas, es Fernando Beltrán un poeta necesario. Como el pan de cada día.

Hotel Vivir. Fernando Beltrán. Hiperión. Madrid, 2015. 103 páginas, 11 euros.
PELAYO IGLESIAS