Fuente: https://elpais.com/chile/2025-04-07/las-intimas-cartas-de-amor-de-gabriela-mistral.html
La editorial Cardo publica una selección de medio siglo de correspondencia de la poeta con sus compañeros y compañeras de vida o fantasía.
Un 7 de abril de hace poco más de un siglo, el 1921, la poeta chilena Gabriela Mistral (nacida Lucila Godoy Alcayaga) tuvo un mal día en su cumpleaños número 33. Estuvo seis horas esperando la llegada del poeta Manuel Magallanes, casado, para compartir la tarde en el campo, pero éste nunca llegó. Llevaban años enviándose cartas de amor -y desamor- sin conocerse personalmente. Mistral sí recibió luego un escrito del hombre once años menor, acompañado de un jazmín. “¡Tonto! Era mi día, y no me viniste a ver. Me envejezco, Manuel”, le reprochaba la profesora que barajaba jubilar en cuatro años. En aquella época le comentaba a Magallanes la aparición de canas y sus problemas a la vista que la obligaban a llevar anteojos. La correspondencia entre ambos comenzó en 1914 y ella le enviaba retratos suyos, pero le advertía lo que la imagen no captaba: “Soy dura, soy seca, soy cortante”. “¿Serás capaz de quererme después de haberme visto?”, preguntaba en una carta, “como un heroísmo tal vez. Pero yo no admitiría heroísmos de esa especie”, apuntaba sobre sus inseguridades, muy presentes en el grueso de sus escritos amorosos.
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La pluma de Mistral esos años batallaba entre la dulzura y la desconfianza. Un día podía escribir: “Sé que querré tenerte entre mis brazos como un niño, que querré que me hables así, como un niño a la madre, desde la tibieza de mi regazo, y que cuando te bese perderé la noción del tiempo y el beso se hará eterno”. Y otro: “No quiero obligarte a ser falso, besándome con repugnancia, ni quiero padecer eso que no he padecido: estar muriéndome de amor frente a un hombre que no puede acariciarme”. Finalmente, ese abril de 1921 se vieron en persona. “Justifico absolutamente la mala impresión que le dejé (algo peor que eso). Sin embargo, Manuel, no debió aquel ímpetu extrañarle tanto si hubiera tenido fresco el recuerdo de mis cartas. Siempre le dije lo que soy”, le escribió ella tras el encuentro. “Soy la más desconcertante y triste (lamentable) mezcla de dulzura y dureza, de ternura y de grosería”, añadía, firmando con iniciales.
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La correspondencia citada es parte del nuevo libro Los seres buenos se hacen mejores con el dolor, los malos nos hacemos peores. Cartas de amor 1905-1956 (Ediciones Cardo), un trabajo de investigación y selección del archivo público de Mistral a cargo de la editora y poeta Gladys González, adelantado a EL PAÍS. El volumen publicado en el 80 aniversario del Premio Nobel de Literatura a la escritora reúne textos dirigidos a Alfredo Videla Pineda (de 1905 a 1906), un hacendado del Norte Chico unos 25 años mayor que ella; a Magallanes Moure; a Palma Guillén (de 1940 a 1954), su amiga y secretaria; a Doris Dana (de 1948 a 1956), su amada y albacea estadounidense, y la carta que dejó antes de suicidarse su hijo, Juan Miguel Pablo Godoy Mendoza, Yin Yin, entre otros escritos. Es un íntimo recorrido por sus afectos, pero también por su madurez, su carrera y su relación con los seres humanos, la política y la religión.
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La editora Gladys González, que lleva una década mostrando distintos aspectos de la poeta en la Colección Gabriela Mistral, señala que en este libro centrado en el amor, se nota la orfandad de la poeta, profesora y diplomática. “Es una mujer sin familia, que muy tempranamente tuvo que ir a trabajar, a los 14 años, que se construyó a sí misma. Está el dolor, pero también la interpretación de ese dolor a través de la palabra para encontrar un espacio en el mundo, para dejar su huella permanente”, apunta sobre lo cuidadosa que era en dejar registro (grabaciones, objetos, escritos) de lo que pensaba y sentía. Por eso, la editora interpreta las correspondencias como ficción. “Si no, es muy difícil trabajar con la vida personal de otro ser humano, puedes tender a tomar un solo posicionamiento. Aquí se muestran distintas temporadas de un ser humano”, añade.
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En su primera etapa de cartas de amor, González sostiene que Mistral da la sensación de entregarse, de un deseo de ser amada, pero que luego se recoge por temor, algo que, cambia con los escritos a Doris Dana, donde la búsqueda es otra. “Ella le pide a Doris que regrese, que esté con ella, que esté en su casa, le envía dinero”, señala. La correspondencia entre ambas comenzó en marzo de 1948. En el primer escrito, Mistral le dice que la tenga por amiga y ya le advierte sobre su timidez. Unos meses después le confiesa que no quiere seguir viviendo lejos de ella. Un año después, la relación ya era otra. Tras una visita de Dana, la poeta le escribe: “Amor: Desde que te fuiste yo no río y se me acumula en la sangre no sé qué materia densa u oscura. Yo recibí como mi parte una melancolía constante de la cual me han hecho salir solamente los niños, la música y tú”. Ya no firma con iniciales, sino “Tu Gabriela”.
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La dicha de ese amor revela una Gabriela Mistral distinta. Le cuenta a Dana lo difícil que se le hace concretarse en una conferencia porque se le aparece su rostro y cómo guarda con recelo uno de sus escritos y que lo saca cada tanto de su bolsillo y lo besa. “Y es que me aferro a esa lectura por creer, por tener fe, y por esperar. Pero falta, Dios mío, tanto tiempo para que tú vuelvas —si es que vuelves—”, apunta, avivando las inseguridades que nuevamente se harán presentes durante la relación. “Mi vida: Tú eres de una raza que se controla; yo no. Tú estás segura de mí; yo no tengo seguridad alguna de ti. Pero hay más: yo necesito de tu presencia de una manera violenta, como del aire. Parece que estuviese viviendo una asfixia. Es eso exactamente. A mí me queda muy poca vida por delante, Esas briznas de vida yo quiero dártelas”, escribió.
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El libro también es una ventana a la relación de Mistral con su hijo Yin Yin. Una de las imágenes de apoyo del volumen es la de la breve carta de despedida de Juan Miguel Pablo Godoy en la que escribe en 1943 desde Brasil: “Espero que en otro mundo haya más felicidad” y el envía sus saludos a Palma Guillén. La editora Gladys González quiso incluir fotografías de las correspondencias escritas en hojas sueltas o cuadernos. “Es distinto ver leer el transcrito a ver la carta, por materialidad. Y la caligrafía de una persona dice bastante, quizás no de una vida total, pero sí de un momento”, afirma.
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En una carta de Mistral redactada con máquina de escribir a su amiga Graciela Menendez le confiesa que las razones que le dan sobre la decisión de su hijo le parecen inválidas, tontas o débiles. “El pecado único del que me acuso es el de haberle impuesto mi vida errante, pues había en él un claro daño hecho por su existencia ambulante sin raíces, y sin regularidad, por tanto”. No aparecen cartas escritas por la poeta a su hijo, pero a sus amores siempre los llamaba así: hijito, hijita. González lo interpreta como una forma de pedir amor. “Mostrarse maternal, acogedora, un lugar al que se puede llegar”.
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Por Antonia Laborde