La Sevilla literaria del 27: perfiles de un próximo centenario

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Se celebraba en toda España el tercer centenario de la muerte del gran poeta cordobés, esgrimido como bandera de una concepción estilizada y antirrealista de la poesía.


A Sevilla le esperan en breve dos centenarios de largo alcance. Uno, el más lejano en el tiempo, el de la Exposición Iberoamericana de 1929. Otro, ya casi en las puertas, el de los actos del Ateneo de diciembre de 1927 protagonizados por los entonces jóvenes poetas de la generación que tomó el nombre de ese mismo año. Con ser dos conmemoraciones de contenido muy diferente, las dos comparten, sin embargo, una misma significación del todo coherente con otros tantos perfiles muy definitorios de Sevilla, que si en la exposición del 29 respondía a su declarada vocación histórica de signo americanista, en la escenificación pública de los poetas del 27 era fiel a una operante tradición poética que alentaba de modo continuo en el alma de la ciudad al menos desde el genio creador de Fernando de Herrera en pleno siglo XVI. No en vano Juan Ramón Jiménez la nombró 'capital lírica de España' y detectó en ella el aliento de ese «aéreo delicado que lo envuelve todo, esa finura de matices» sobre cualquier otra nota de valor estético.
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Aquellas 'veladas' ateneístas, celebradas en la sede de la Sociedad de Amigos del País de la calle Rioja, y aquel viaje a Sevilla de los mencionados poetas ofrecieron dos caras muy diferentes, una estrictamente literaria y otra festiva. A la primera respondían las sesudas intervenciones de Dámaso Alonso, Juan Chabás, Gerardo Diego o Bergamín, y la lectura de los coros de la primera 'Soledad' de Góngora al alimón entre Federico García Lorca y Rafael Alberti. Se celebraba en toda España el tercer centenario de la muerte del gran poeta cordobés, esgrimido por estos jóvenes como bandera de una concepción estilizada y antirrealista de la poesía. Había en ellos una decidida voluntad de autopromoción lírica que encontró en aquella invitación del Ateneo sevillano un altavoz de lo que en aquel entonces era tan solo, como afirmó Jorge Guillén, «un buen azar que resultó destino», y que andando el tiempo, aquel grupo de entusiastas amigos unidos por la poesía llegaría a ser la más alta expresión de la modernidad lírica en la España del siglo XX.
.Pero aquella excursión poética a Sevilla tuvo también sus notas festivas. Y aunque la invitación y los gastos corrieron por cuenta del Ateneo, la presencia de Ignacio Sánchez Mejías, que en Madrid había intimado con los poetas por mediación de José María de Cossío, aportó a aquellas 'veladas' una faceta jocosa que ha enmascarado en cierta manera la seriedad literaria de fondo que en verdad tuvieron. Invitaciones del torero en su finca de Pino Montano, disfraces morunos, inquietantes visitas al cercano manicomio de Miraflores, cruce del Guadalquivir nocturno entre quejas de los más medrosos…, y al final, una pintoresca coronación poética de Dámaso Alonso en la Real Venta de Antequera entre chistes y cuchufletas del cómico Antúnez.
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Esa nota festiva, ponderada quizás en demasía por los mismos poetas en escritos posteriores, ha contribuido a acentuar la cara más pintoresca de aquel episodio poético, a relativizar su verdadera significación cultural y a olvidar o atenuar el papel que el ambiente literario de Sevilla cumplió en la organización de aquellos actos. Una Sevilla que fue mucho más que mera plataforma ocasional para la presentación pública de la generación del 27. Una ciudad en la que en 1918 se había fundado la revista 'Grecia', órgano de la vanguardia ultraísta, y ya en los años 20, gracias al aliento académico de Pedro Salinas, la revista 'Mediodía', que mantenía una estrecha conexión con los ideales de Salinas, de Guillén, de Lorca, de Diego, de Bergamín, de Alberti… que desde Madrid y otros puntos de España alentaban una poética del refinamiento verbal y la riqueza en imágenes.
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Más allá de los perfiles festivos impulsados por Sánchez Mejías, hay que ponderar sobre todo el aliento literario del propio Ateneo de Sevilla, en cuya junta directiva hubo en aquel momento dos personas que explican y dan sentido a aquella invitación poética que resultó tan fecunda. Una fue José María Romero Martínez, poeta, médico y Presidente de la Sección de Literatura, triste víctima de la represión en los primeros días de la Guerra Civil, hermano de Miguel, el gran humanista traductor de los clásicos latinos y de Leopardi. Apoyado por Manuel Blasco Garzón, presidente de la Docta Casa, Romero Martínez fue quien hizo posible, por afinidades compartidas, que viniesen a Sevilla aquellos jóvenes que traían el ímpetu creador de la mejor poesía. Y con él, también con idéntico perfil innovador, el joven Alejandro Collantes de Terán, discípulo de Salinas en sus clases universitarias y consumado poeta de aire neopopularista. Ambos merecen que Sevilla les rinda, en el centenario de aquel hermoso trance, el homenaje que sobradamente se ganaron entonces.
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A casi dos años de 2027, Sevilla se dispone a celebrar este importante centenario. Ojalá que esa celebración relativice los aspectos más coloristas de aquel evento y ponga el acento en el fondo realmente innovador aportado también por una ciudad que nunca ha abdicado del impulso operante de la buena poesía.
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Por ROGELIO REYES ABC