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La aparición del poemario Trilce, en 1922, convierte a César Vallejo en el poeta más importante de la lengua española. Su propia vida había marchado muy rápida y estaba llena de contradicciones.
Acusado sin pruebas de ser incendiario en su pueblo natal, Santiago de Chuco, es probablemente en la cárcel de la ciudad de Trujillo donde empieza a pergeñar esos versos insólitos.
En la época de Los heraldos negros (1919), el poeta parece insular, a pesar de las obvias relaciones que tiene con el modernismo, tanto que la semejanza con los poetas expresionistas, como Georg Trakl, no pasa de ser una asombrosa coincidencia puesto que no hay forma de precisar cómo Vallejo pudo acercarse a esos poetas sin conocer el idioma alemán ni las traducciones respectivas.
En Trilce, Vallejo muestra una originalidad radical. En esa época, en Europa y en toda América se sucedían los movimientos de vanguardia.
Stéphane Mallarmé había señalado en 1897 que la poesía se había asociado durante mucho tiempo a la música y que era hora de vincularla a otras artes. Puesto que lo hizo relacionando sus poemas finales con las artes gráficas, cabe considerarlo un precursor de las vanguardias.
A fines del siglo XIX, las sociedades europeas habían vivido la ilusión de un progreso sin fin que se iniciaba; pero los albores del nuevo siglo, junto con descubrimientos importantes –como el cinematógrafo, la teoría de la relatividad y el automóvil–, sembraron la desazón en los espíritus.
En el siglo XIX, Charles Baudelaire había postulado el apartarse de la multitud, pero los poetas de vanguardia ensayan otras actitudes frente a los tiempos sombríos. Quien penetró con más hondura en esos abismos fue el austríaco Georg Trakl (1887-1914); su verso suave y fluido expresa las grietas del corazón, el sufrimiento sin remedio de quien se siente excluido. Que haya sido farmacéutico, combatiente en la Primera Guerra Mundial y que haya muerto por una dosis excesiva de cocaína son datos complementarios que corroboran el desamparo, la zozobra de los espíritus europeos más sensibles.
Hombre-vanguardia. Hubo otras formas de reaccionar frente al nuevo siglo. Algunos, como Filippo Marinetti y sus futuristas, asociaron su presente literario a lo que parecía ser el futuro: la admiración sin medida por las conquistas tecnológicas: un automóvil de carreras les parecía más hermoso que la Victoria de Samotracia.
Junto a los futuristas italianos, apareció el movimiento Dadá, de Tristan Tzara, que postulaba la poesía como espectáculo y, sin embargo, dinamitaba desde dentro la posibilidad de la comunicación poética. Vallejo fue más allá que todos ellos, y puede decirse que Trilce es el libro más original de aquellos años en la lengua española.
Como sus congéneres europeos, Vallejo admite la importancia de lo intuitivo y deja a un costado la alta consciencia literaria, que bien conocía pues había frecuentado los modelos modernistas.
Trilce tenía una visión local, provinciana y nacional, y contrastaba con el cosmopolitismo propio de los modernistas. Se situaba en un presente y dejaba de lado las influencias parnasianas y simbolistas que habían marcado las primeras producciones del aeda.
Vallejo expresaba el dolor en sus íntimas esferas: la del individuo arrojado en las mazmorras. Lo primero que siente el lector que afronta esos poemas es extrañeza.
En aquel año de 1922, ningún autor de poesía hispanoamericana era más diferente. Es cierto que la vanguardia estaba instalada en América y tenía varios lugares en los que hacía fortuna: en México estaban los estridentistas de Maples Arce; en Chile, los creacionistas de Vicente Huidobro, y había pujantes vanguardias en distintos puntos del continente; pero Vallejo, él solo, representa genuinamente la vanguardia en el Perú.
El crítico cubano Roberto Fernández Retamar ha comparado la importancia de Trilce para nuestra lengua con la que tienen La tierra baldía, de T. S. Eliot, y Ulises, de James Joyce, para la lengua inglesa, y A la sombra de las muchachas en flor, de Marcel Proust, para el idioma francés.
Dolor y tiempo. La dificultad de Trilce no radica en su vocabulario, de amplio registro, que amalgama expresiones cultivadas contemporáneas, con arcaísmos de prosapia castellana y con abundantes expresiones cotidianas del léxico familiar; su dificultad está en el romper puentes con lo esperado.
En su laboratorio verbal, el poeta siempre está diciendo otra cosa. No hay libro de poesía en español que haya merecido tantas interpretaciones. El lector siente que debe poner mucho de sí para intentar comprenderlo.
Un volumen así ha suscitado batallas verbales entre los críticos, quienes a veces han perdido la brújula al comentar posiciones diversas de la suya.
En esos poemas, sin modelo conocido, Vallejo maneja los tiempos reales –presente, pasado y futuro– como en los sueños sin sucesión lineal. El futuro influye en el pasado, y el pasado parece presente, y el presente se diluye en cada una de las líneas. Vallejo escribe en una especie de presente eterno.
El poeta dominicano Manuel del Cabral sostuvo en Lima en 1986 que la diferencia existente entre Vallejo y otros poetas es que, en su dicción, Vallejo expresa con intensidad la condición más elemental del hombre: su animalidad.
En los poemas de cárcel, en los de sufrimiento amoroso, en los intensos poemas existenciales que se adelantan a la dicción de Gottfried Benn, podemos percibir algo elemental pero profundo: un dolor que va más allá de lo imaginado, un tocar fondo en la experiencia de los hombres.
Lo que no sabemos es la naturaleza de ese dolor y, por último, su origen, aunque a Vallejo se le juntaron varias desdichas: la prisión, la muerte de su madre y la separación amorosa de Otilia Villanueva, su musa de aquellos años.
Lo mejor que se ha dicho en el terreno de la composición literaria de Trilce son las palabras prologales de Antenor Orrego: "César Vallejo está destripando los muñecos de la retórica. Los ha destripado ya".
Recital y conferencias
Marco Martos Carrera (1942) es uno de los más importantes poetas peruanos de los últimos 50 años. Ha recibido el Premio Nacional de Poesía. Entre sus poemarios figuran Casa nuestra (1965), Donde no se ama (1974), El silbo de los aires amorosos (1981), Cabellera de Berenice (1990), Leve reino (1996), El mar de las tinieblas (1999), Jaque perpetuo (2003), Noche oscura (2005), En las arenas de Homero (2010), Biblioteca del mar (2013) y Laberinto de amor (2014). Uno de sus libros de ensayos es +En las fronteras de la poesía (2012). Es catedrático de literatura y presidente de la Academia Peruana de la Lengua.
El escritor ofrecerá dos conferencias:
1. La poesía imantada de César Vallejo (Centro Cultural de España [El Farolito], lunes 3 a las 7 p. m.).
2. Ficción y poesía en el Perú contemporáneo (Sala de Exrectores de la Universidad Nacional, martes 4 a las 6 p. m.).
El miércoles 5 a las 7:30 p. m. en el Espacio Cultural Carmen Naranjo (Estación al Atlántico), Marco Martos ofrecerá un recital poético.