Fuente: https://elnuevodiario.com.do/la-poesia-como-destino-en-la-feria-del-libro/
La Feria Internacional del Libro, este año dedicado al gran poeta Mateo Morrison, ha sido un templo de palabras donde la poesía brilló con luz propia, más allá de los nubarrones que se cernieron sobre la ciudad.
Se trató, sin lugar a duda, de un homenaje a la sensibilidad, una fiesta de la literatura donde los poetas fueron los sacerdotes, y los lectores, los fieles. Y a pesar del asedio constante de la lluvia, la gente acudió. Con paraguas en mano, con los pies resbalando en charcos o dejando que las gotas se mezclaran con las páginas de sus libros recién adquiridos, los asistentes llegaron con una fe inquebrantable en la palabra.En gran medida, este éxito se debe a la dedicación de la ministra de Cultura, Milagros Germán, y de la escritora Ángela Hernández, quienes lograron conjugar un evento de dimensiones extraordinarias con la calidez de lo humano.
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No es fácil organizar un espacio donde converjan tantas voces, tantas culturas, y que, además, se convierta en un refugio para la introspección en medio del bullicio. Pero lo lograron. Y lo hicieron con una destreza que, en estos tiempos de prisas y superficialidades, es digna de aplauso.
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Sin embargo, si algo se quedó impregnado en mi memoria como el verdadero espíritu de esta feria, fue la poesía. No las luces, ni las multitudes, ni siquiera la organización impecable, sino los recitales poéticos, esos momentos en que la palabra dejó de ser un medio para convertirse en un fin. En ellos, los poetas locales e internacionales nos recordaron que la poesía no es solo un género literario; es un modo de habitar el mundo, de mirar lo cotidiano con ojos que lo reinventan todo.
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Uno de los momentos más memorables fue el recital donde participó con otros poetas, Luis García Montero. Allí, en una sala colmada de silencio, el poeta español desnudó su alma con la delicadeza de quien abre una herida sin temor a que sangre. Leyó poemas de su libro “Almudena”, dedicado a su esposa fallecida, y cada palabra resonó como un eco de su propia fragilidad. Lo escuché confesarse a través de versos que parecían cargados de plomo y, al mismo tiempo, ligeros como una pluma. Su dolor era evidente, sí, pero también su capacidad de transmutarlo en belleza, en algo que nos envolvía a todos los presentes y nos hacía partícipes de su duelo.
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Ver a García Montero en ese estado de vulnerabilidad fue un recordatorio de lo que significa ser poeta. No es simplemente escribir versos o buscar palabras que suenen bien juntas. Es exponerse, entregarse a los demás a través de un lenguaje que nace de las entrañas. Es una vida que no escapa al dolor, sino que lo abraza, lo transforma y, en esa transformación, encuentra sentido. Luis, con su rostro cansado pero iluminado por una sonrisa que mezclaba tristeza y gratitud, nos dio una lección de humanidad. Su poesía no era una máscara, sino un espejo donde todos podíamos reconocernos.
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La poesía, me quedó claro en esta feria, es un destino del que no se puede escapar. Los poetas no escriben por elección, sino por necesidad, porque no saben vivir de otro modo. Y en esa condena hay, paradójicamente, una forma de libertad. Son ellos quienes, a través de su arte, nos recuerdan que la vida está hecha de contradicciones: que el dolor puede ser hermoso, que la pérdida puede contener algo de esperanza, y que incluso en los momentos más oscuros hay luz si sabemos dónde buscarla.
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Pero la feria no fue solo Luis García Montero. Fue Mateo Morrison, que caminaba sobre el recinto ferial con una sonrisa de un niño recién nacido, con su voz inconfundible, y sus versos que son como ráfagas de viento fresco en un país que a veces parece asfixiarse en su propio calor. Fue también la nueva generación de poetas locales, jóvenes que llegaron con su audacia y su irreverencia, recordándonos que la poesía no tiene edad ni fronteras. Fue el público, ese ejército anónimo de lectores y oyentes, que demostró que la literatura, lejos de ser un arte moribundo, sigue siendo una necesidad humana fundamental.
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Al salir de la feria, me quedé con una sensación de plenitud que pocas veces se experimenta. Caminé bajo la lluvia, sin importarme mojarme, pensando en lo que había escuchado, en las palabras que todavía resonaban en mi mente. Y comprendí que la poesía, al igual que la vida, no siempre ofrece respuestas. Pero nos da algo mejor: preguntas. Y en esas preguntas, en ese deseo de entender lo incomprensible, se encuentra su verdadero poder.
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La Feria del Libro fue un éxito, sí. Pero más que eso, fue un recordatorio de que, en un mundo que a menudo parece perderse en lo efímero, todavía hay espacio para lo eterno. La poesía, esa forma de mirar la vida con los ojos del alma, sigue siendo necesaria. Y mientras existan ferias como esta, y poetas como Mario Bojórquez, José Mármol, Basilio Belliard, Plinio Chahín, César Zapata, Lisette Vega Purcell, Aquiles Julián, Alberto Ruy Sánchez, Luesmil Castol, Alejandro Santana y Soledad Álvarez, y otros que también tuvimos el privilegio de escuchar, el mundo no estará solo ni perdido..
Por Marino Beriguete