Fuente: http://www.telam.com.ar/notas/201504/102783-la-poesia-es-el-habla-de-los-otros.html
Publicada por Adriana Hidalgo, la obra da cuenta de un universo atemporal que dialoga con la memoria, mira el pasado, nombra el presente, se hace preguntas y explica su propia existencia a partir de un viaje, siempre diferente, al mundo de la infancia.
En el prólogo, el escritor Sergio Chejfec sostiene que la poesía de Carrera está construida por "discursos de la memoria, versiones de la experiencia y testimonios de la percepción que, en la medida en que desconfían de la consistencia del registro que los pronuncia u oye, recurren a pliegues de oratorias de distinto tipo".
Carrera (Pringles, 1948), uno de los grandes poetas argentinos, autor de Escrito con un nictógrafo, Momento de simetría, La partera canta, Mi padre, Arturo y yo, Animaciones suspendidas, Children´s Corner y Potlatch, entre otros libros traducidos a numerosos idiomas, habló con Télam sobre esta obra.
¿Qué impresión te genera ver tu obra poética reunida?
Cuando salió el libro y lo vi terminado tuve una especie de apagón de sentido. Una sensación comparable con las antiguas técnicas de la cetrería, donde se les ponía una suerte de capuchón a los halcones por varios días y, cuando se lo sacaban, el halcón iba directo a la presa. Me imaginaba que mi poesía ya no estaba más, lo que estaba era esa presa con una vibración de luz que es el libro por venir. Después, cuando leí el prólogo de Chejfec, vi una toma de contacto con los procedimientos, los recursos, la distancia que tomé de la metáfora en determinada época de mi vida; todas figuras de una retórica de la prosodia. Pero todo eso es trabajo para los críticos.
Lo pienso más en términos de pintura: el año pasado terminé un librito sobre cómo incidió la pintura en la formación de todo mi trabajo poético. Mi casa estaba llena de pinturas de mi madre, que murió cuando yo tenía 17 meses. Toda la infancia la pasé en contacto con su universo pictórico, y cuando llegué de Pringles a Buenos Aires, inmediatamente traté de tener más amigos pintores que escritores, aunque ya era amigo de César Aira, con quien hice una muestra de poemas ilustrados, y mi primera amistad en la ciudad fue con Alejandra Pizarnik.
La dimensión que cobra la infancia a través de los poemas es una suerte de zona magnética donde se vuelve siempre, de distintas maneras...
Cuando empecé a escribir leí una cosa increíble de Pavese: que la infancia es el lugar donde las cosas suceden de una vez y para siempre. Muchos años después descubrí una cosa que dice Deleuze: cuando los poetas hablan de la infancia, hablan de la infancia del mundo y de la literatura. En realidad, de lo que uno habla todo el tiempo es de la escritura, lo que uno busca y se plantea son elementos de la vida cotidiana, pero que se fugan en ese espacio que es la infancia literalizada. Bataille decía que la poesía es lo cotidiano perdiéndose en lo extraño. La poesía es el habla de los otros, no solamente de los otros grandes poetas, sino de los poetas que uno tiene al lado y que son la gente, el pueblo, la tribu, la vida cotidiana.
La utilización de elementos de la actualidad, como los mensajes de texto, le dan a ciertos poemas una noción del tiempo en que fueron escritos...
Me acuerdo que cuando escribí "Arturo y yo" (1983), una de las cosas que observaron algunos era que había utilizado la palabra Tang, que era el jugo que tomaban dos amantes en el libro; elegí esa palabra por el jugo y también por la dinastía. Acá pasa lo mismo: elijo muchas palabras de lo cotidiano que me hacen chispa. Eso pasa también porque leo muchas revistas de ciencia; en "Animaciones suspendidas (1986), por ejemplo, hablo de "playas blancas", que hace referencia a la visión que tienen ciertos felinos sobre el entorno; son cosas que utilizo porque son sonoras y funcionan estéticamente.
¿La explicación como modo de construir el poema, a partir de preguntas o descripciones de imágenes, es una forma de alejarse de lo conclusivo?
Detesto la mentira en la poesía, en la vida también, pero en la escritura no me gusta utilizar palabras que suenan bien pero que son mentirosas; me gusta poner los significados precisos; es una precisión que tiene un lado oscuro, pero es un lado oscuro que tiene una relación intrínseca con la estructura del poema. Cuando leo poemas de otras personas, detesto las conclusiones, prefiero esa cosa deshilvanada que comenzó con una tradición lejana (Sor Juana Inés de la Cruz), donde el poema termina de forma no explicada. Es una marca del neobarroco: el poema queda abierto, en suspensión.
¿Cómo configuraste las distintas voces, la variación de registros y el cambio de tono de los poemas?
Yo digo que son voces y vocecitas. Empecé a trabajar en esto en una época en que estaba estudiando poesía italiana en Siena. El profesor nos enseñó a leer la tesis del doctorado de Pavese: "Hojas de hierba", de Walt Whitman. El poema en la obra de Whitman es una sucesión de pequeños teatros. Eso es lo que trato de hacer, llevar el procedimiento a su máxima expresión como en "Potlatch" (2004), porque hago una parte más prosódica. Después hay variaciones, historias que fui recolectando, un material riquísimo: por esas cosas Fogwill me decía que yo no era un poeta sino un antropólogo.
¿Qué autores te marcaron en tu formación como poeta?
De chico compartía las lecturas con César Aira. Leíamos mucho Vallejo. También nos atrevimos a hacer una especie de trabajo sobre "Crepusculario" de Neruda, libro que leo ahora y me parece hermoso, pero cuando lo leí por primera vez, como tenía una pulsión vanguardista, lo rechazaba. Lo que hacíamos era sacarle palabras e inventarle otras, formábamos poemas ridículos. Aún tengo ese libro todo tachado que se terminó llamando "Crepurio". Pero leíamos todo eso: Vallejo, Huidobro, Girondo y, después, Juanele, que para mí fue impresionante.