XXXVI CERTAMEN DE POESÍA "BLAS INFANTE"

José Manuel de Lara, el maestro que escribe desde los más íntimos silencios: «La verdadera poesía se ahonda en las cosas sencillas»

Fuente: https://www.huelva24.com/cultura/jose-manuel-lara-maestro-escribe-intimos-silencios-20250106140342-nth.html

El poeta onubense confiesa que «los versos surgen como el agua de la fuente, con naturalidad, nada más sencillo que el agua cuando fluye sin cortapisas. Y el agua sacia la sed, como la poesía»


Nunca más apropiado aquello de dichosa la rama que al árbol sale en el caso de los Lara, docentes, investigadores, dibujantes y escritores como el padre. Una saga de la que muchos onubenses estamos orgullosos.
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Paisano de Francisco Javier de Burgos, también escritor además de ser quien trazara los límites de la actual provincia de Huelva, el poeta José Manuel de Lara llega a la capital onubense siendo aún adolescente, a mediados de los años 40 del pasado siglo, para encontrarse con unos paisajes no demasiado distintos de los que había recorrido desde su nacimiento a finales de los años veinte por mor de la condición militar de su padre. En Huelva continúa dando rienda suelta a una innata capacidad para crear de la que ya había dado buena cuenta siendo un niño. Con un lápiz en las manos era capaz de trazar exactos dibujos, tal como hacía con las palabras, muy refugiadas en la intimidad de unos silencios ineludibles en la construcción de una poesía como la suya, de la que Gerardo Diego destacaría «su delicada, melódica y sentida poesía», y más tarde Luis Alberto de Cuenca ahondaría en la opinión del vate cántabro añadiendo que «la poesía de Lara está llena de música y de hondura, de autenticidad y buenas formas». Es figura esencial para entender no ya la poesía, sino el culto a la inteligencia en la Huelva que le hizo hijo adoptivo, algo a nuestro entender innecesario en una ciudad donde los menos tenemos raíces huelvanas. José Manuel de Lara es reconocido poeta, pero también es conocido por la saga de lumbreras que ha traído al mundo junto a su compañera de toda la vida, la onubense Pepita Ródenas. Queremos iniciar esta conversación con una referencia a sus dos hijos, a sus dos joyas, aunque esto último no es menester ni mentar siquiera.
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–Don José Manuel, querido maestro, ¿cómo es posible criar a dos personajes sabios y de una delicadeza magistral como sus dos hijos, que han brillado por igual en la investigación y en la poesía? Desde luego, dichosa la rama que al árbol sale.
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–Es de lo que más orgulloso estoy de mis hijos y de poder contemplar su obra, porque uno los tiene y luego ellos son libres para trazar sus propios caminos, que pueden coincidir o no con el de su padre.
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«Tanto Manuel José como Juan Carlos han encontrado también en el verso la mejor manera de expresarse y han dedicado parte de su vida a escribir»
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Sin haber pretendido encauzarlos por la poesía, porque eso se lleva dentro o no se lleva, tanto Manuel José como Juan Carlos han encontrado también en el verso la mejor manera de expresarse y han dedicado parte de su vida a escribir, contando ya con una extensa obra poética. Si he puesto una semilla en eso, me hace feliz. Ellos, además, han desarrollado su profesión de historiadores, dando clases e investigando, y enseñando a la sociedad parte de lo que fuimos. Manuel José se ha especializado en los estudios sobre la Ilustración y ha publicado numerosos libros, algunos tan interesantes como la biografía de José Isidoro Morales, padre de la libertad de imprenta. Juan Carlos ha trabajado, entre otras cosas, en la vida y obra de Gustavo Adolfo Bécquer y Juan Ramón Jiménez. De hecho, es hoy un reconocido becquerianista a nivel nacional.
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–Hombre de sincera bondad en la mirada y agradecida sonrisa, podría haber destacado por su magisterio, al que dedicó no pocos años de su vida profesional, o por su primera profesión como Facultativo de Minas, que también le llevó a la enseñanza, pero desde bien pequeño destacó por un dominio del dibujo que sorprendía a todo aquel que tuvo la oportunidad de conocer sus primeros trazos. Siendo un niño, ¿dibujaba usted como un adulto?
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«Cuando encontré en la poesía mi verdadera vocación, dejé de dibujar. Nunca volví»
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–Yo dibujé de niño de forma casi autodidacta. Por las circunstancias de la vida, yo no pude ir al colegio y lo de dibujar, leer o escribir tuve que aprenderlo por mí mismo o con ayuda de algunas personas del entorno de mi padre, que me enseñaban de vez en cuando. Llegué a dibujar bastante e incluso de joven, ya en Huelva, hice alguna exposición. Después regalé muchos de esos dibujos, que no sé por dónde andarán, si es que se conservan. Cuando encontré en la poesía mi verdadera vocación, dejé de dibujar. Nunca volví. Últimamente, en la edición de mi libro Poesía para niños, incorporé algunos de esos dibujos infantiles y juveniles que aún tengo.
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–Da la impresión de que usted ha disfrutado más en el calor del hogar, entre las cosas menudas que tan bien ha sabido cantar, que entre el oropel y la efímera gloria.
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–Siempre he creído que la verdadera poesía es la que se ahonda en las cosas sencillas de la vida y que es incompatible con la vanidad y con la apetencia de notoriedad. La poesía, si no busca la autenticidad y la naturalidad, no es nada. Yo no he rehuido nunca la vida pública y he editado libros, he dado recitales, me he reunido con mis compañeros de generación y con poetas más jóvenes, pero a la hora de escribir siempre hemos estado solos mis versos y yo.
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«He buscado la sencillez en la poesía, que es lo más difícil: el verso que parece fluir sin dificultad, aunque es hijo del trabajo gustoso, como decía Juan Ramón Jiménez»
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He buscado la sencillez en la poesía, que es lo más difícil: el verso que parece fluir sin dificultad, aunque es hijo del trabajo gustoso, como decía Juan Ramón Jiménez. Siempre he querido pasar por el mundo sin hacer ruido, como decían los clásicos, y los reconocimientos que he tenido me han venido sin buscarlos yo. La vanidad no tiene sentido y el tiempo que se dedica a pregonarse a uno mismo más vale emplearlo en leer y en tratar de escribir de forma más depurada y silenciosa.
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–Hay cosas que sorprenden en su biografía y en su bibliografía, como su relación con la Argentina y con muchos e importantes poetas del país hermano, donde ha sido reconocido en varias ocasiones, y lo más curioso es su dominio del lunfardo. ¿Se puede saber de dónde viene esta historia?
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–Cuando yo tenía ocho años, mi familia se instaló en una vieja casona casi abandonada de Sanlúcar la Mayor, junto a su estación de ferrocarril. En la limpieza de una de las habitaciones encontramos el primer disco de pizarra que vi en mi vida. Era de Carlos Gardel. A raíz de escucharlo, empecé poco a poco a enamorarme del tango argentino, que, además, sonaba entonces a menudo en la radio. Ese amor me aproximó a Argentina y más tarde a la poesía de aquel país, de modo que entré en contacto con poetas argentinos como Julio Nicolás de Vedia, Eduardo Carroll, Carlos A. Alberti o Ester de Izaguirre. Esas amistades y la relación literaria que significaban las conservé toda la vida. Publiqué en Buenos Aires los libros Plaza de las últimas citas y Los días perdidos y un día me propusieron entrar en la Academia Porteña del Lunfardo. Y todo ello nació de mi amor por el tango. Dicen que el tango es un sentimiento triste que se baila. Muchas de sus letras fueron escritas por grandes poetas. Hay mucha poesía en el tango.
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«Quienes me conocen saben que, en cierto modo, soy un ave solitaria, que me gusta el silencio»
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–Volvemos a Huelva. Casi sin que nadie lo notara, ha estado usted en la creación de grupos poéticos como La Rueda o Celacanto, perteneció al grupo Santa Fe, fundó la revista bibliográfica Litoral o la revista La Niña. Los poetas, los buenos poetas habría que puntualizar, son gente muy metida en su propio universo. Al menos en su caso, ¿es así?
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–En mi caso sí es así. Quienes me conocen saben que, en cierto modo, soy un ave solitaria, que me gusta el silencio y que, como escribía Lope de Vega, «para andar conmigo / me bastan mis pensamientos». Pero, cuando era joven, me encontré de pronto rodeado de amigos que eran poetas y compartí muchos momentos e iniciativas con ellos. La época no daba demasiadas opciones para desarrollar las inquietudes culturales que uno podía albergar, de modo que reunirse en actos y recitales, participar en tertulias literarias, fundar grupos o colecciones de poesía era una manera de pasar creativamente el rato, frecuentar las amistades y hacer algo que pudiera redundar en el beneficio de la poesía o de la literatura. Encontré en esos lugares grandes amigos, que luego me acompañaron a lo largo de la vida, y mi poesía fue evolucionando en contacto con ellos y a través de las lecturas.
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–Es hijo adoptivo de su ciudad, una calle está rotulada con su nombre, pero personalmente, y seguro que lo entiende, me quedo con ver sus poemas azulejeando algún rincón de nuestra Huelva.
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–En Huelva, y en los demás sitios donde he vivido de niño o de joven, siempre me han tratado muy bien y nunca me he sentido olvidado. Cómo iba a imaginarme en 1944, cuando llegué a Huelva, que la ciudad algún día iba a nombrarme hijo adoptivo suyo. ¿Hay algo más hermoso? Poder pasear por una calle que lleve mi nombre o ver en la Plaza Niña la placa que contiene el relieve que me hizo Alberto Germán Franco, hijo de mi buen amigo el pintor José María Franco, son cosas que me asombran por lo inesperado para mí y que valen más que cualquier cosa a la que pueda aspirar la vanidad. No son premios ni trofeos, sino iniciativas que han nacido de quienes me quieren. Pero te refieres al azulejo que hay en la casa Colón con mi soneto «Biografía incompleta». Yo no tengo ya movilidad para verlo, pero, cuando mis hijos me dicen que ven a personas que se paran delante y que lo leen, pienso: para esto es la poesía, para que salga a la calle y esté en medio de la gente. Eso me emociona mucho.
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–Por su dedicación a la creación literaria y también por su edad ha tenido oportunidad de conocer y tener relación con importantes artistas, de Huelva y de fuera de nuestras fronteras. Deme pistas sobre aquellos que más le han impresionado.
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–Por edad y por moverme en estos ambientes he conocido a personas muy interesantes. Todas me han aportado algo. Recuerdo, especialmente, a Gerardo Diego o a Rafael Montesinos, con quienes hablé mucho de poesía a través de los años. En Buenos Aires tuve una gran amistad con José Gobello, que vino a verme algunas veces y al que también fui yo a ver.
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«En Huelva traté a Daniel Vázquez Díaz, a Rogelio Buendía, a María Luisa Muñoz de Vargas o a José María Morón»
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En Huelva traté a Daniel Vázquez Díaz, a Rogelio Buendía, a María Luisa Muñoz de Vargas o a José María Morón. En mis inicios, Diego José Figueroa y Diego Díaz Hierro fueron algo así como mis maestros en la poesía, aunque el poeta con el que me inicié con más fuerza en el mundo del verso fue sin duda Antonio de Salas Dabrio, que murió joven y al que me unió una inquebrantable amistad. De los mayores, quisiera recordar a Jesús Arcensio, Francisco Garfias, Xandro Valerio, Isabel Tejero, Rafael Manzano o, entre otros, Manuel Sánchez Tello, que aún vive y es de los pocos de mi generación que aún me quedan. La amistad de Manuel Garrido Palacios siempre ha estado junto a mí. Luego he conocido a muchos artistas y poetas más jóvenes y todos, o prácticamente todos, tenían y tienen para mí su valor y su interés.
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«Si uno lee unos versos y no le dejan algo perdurable dentro es que no es poesía»
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–La poesía es algo más que rimar con cierto gusto y exactitud. ¿Cómo la entiende José Manuel de Lara?
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–La poesía es una intuición que trata de encontrar belleza en las cosas que pueden pasar desapercibidas. Es una chispa que prende, que deja un poso en quien la lee. Si uno lee unos versos y no le dejan algo perdurable dentro es que no es poesía. Luego, naturalmente, la poesía es un arte y hay que buscar la belleza y comunicar una emoción a través de la palabra y de lo que esta contiene. Sin forzar nada. Pero hay que trabajar la poesía, con amor por lo que se hace, con dedicación, con mimo. Hasta conseguir lo sencillo y natural. Esa es la esencia. La poesía no es un juego de palabras ni es la búsqueda de lo ingenioso. Es más parecida a una fuente de la que mana agua naturalmente. Nada más sencillo que el agua cuando fluye sin cortapisas. Y el agua sacia la sed, como la poesía.
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Por Bernardo Romero