XXXVI CERTAMEN DE POESÍA "BLAS INFANTE"

Hipsters: así nació (y se pervirtió) vuestra historia

Fuente: http://www.elconfidencial.com/cultura/2015-06-23/hipsters-anatole-broyard-village_893509/

El hijo ilegítimo de una generación perdida, que no se sentía parte de nada, integrado en la minoría y que tenía en la hierba y la música jive sus dos elementos fundamentales. Así nació el hipster en los años cuarenta en el bohemio Nueva York del Greenwich Village... Y así se desvirtuó cuando se lanzó "a la conquista del mundo.

 

Se colocó en las esquinas y empezó a dirigir el tráfico de los viandantes". Quizás les suene la historia: "De la noche a la mañana, el hipster se transformó a sus propios ojos en poeta, profeta y héroe. Reivindicaba visiones apocalípticas y descubrimientos heurísticos cuando captaba algo. Era Lázaro que regresaba entre los muertos para contarlo todo: iba a contarlo todo. Se consumía ostensiblemente en elevadas llamas. Las consecuencias le traían sin cuidado; era tan pródigo que podía ser invulnerable. Y esto fue su perdición. El frenético elogio del impotente significaba para el hipster el reconocimiento: sentirse verdaderamente parte de un lugar. Consiguió lo que quería y dejó de protestar, de reaccionar (...) El hipster -antes individualista recalcitrante, poeta underground y guerrillero- se había convertido en un pretencioso poeta laureado. Su antigua subversión, su fiereza, se volvieron tan manifiestamente retóricos que terminaron por ser completamente inofensivos. Se dejó comprar y exhibir en el zoo. Por fin estaba en alguna parte, cómodamente instalado en los garitos más exclusivos, en Carnegie Hall y en Life. Estaba dentro... había regresado al útero norteamericano. Y lo encontró tan antihigiénico como siempre".

'Cuando Kafka hacía furor', de Anatole Broyard De este modo describió Anatole Broyard, el influyente crítico de The New York Time y director de su suplemento literario, el auge y caída de los hipsters en el célebre Retrato del hipster, un artículo publicado en junio de 1948 en la revista Partisan review. Es una de las primeras disecciones, irónica y con mucho ácido incendiario que se hicieron entonces de un movimiento nacido al calor del jazz y la posguerra que ha renacido (y se ha vuelto a adulterar) en nuestra época. Era también la época en la que para olvidar la guerra, los jóvenes abrazaron la cultura y el sexo. Era Cuando Kafka hacía furor porque, como escribe Broyard en las memorias del mismo título que acaba de publicar La uña rota, "Kafka era tan popular en el Village por aquel entonces como lo fue Dickens en el Londres victoriano. Sus libros, sin embargo, eran muy difíciles de encontrar -debían de haberse publicado en tiradas muy cortas- y la gente se volvía loca por ellos y estaba dispuesta a pagar lo que fuese". Broyard describe en estas memorias con una elocuente y adictiva prosa sus primeros años en el Village (1946 a 1948) tras volver de la II Guerra Mundial. Las escribió gracias a una beca Guggenheim, pero no las terminó porque cuando en 1989 le diagnosticaron cáncer de próstata se dedicó a escribir el catártico, duro y conmovedor Ebrio de enfermedad (y otros escritos de vida y muerte), también publicado por La uña rota. Pero antes dejó en esta breve autobiografía de juventud, como el mismo afirma, "una tarjeta de enamorado dirigida a esa época y ese lugar" de bohemia y hispters en el que "la cultura todavía era sagrada". "Nueva York nunca había sido más atractiva. Los años de la posguerra fueron como una gran sonrisa en su triste historia. El Village, en 1946, era lo más parecido a París en los años veinte. Los alquileres eran baratos, los restaurantes eran baratos, y yo creía que incluso la felicidad podía adquirise a un bajo precio", cuenta un Broyard recién llegado al idílico Village tras pasar por el batallón de estibadores en Yokohama durante la guerra. 'De no haber sido por los libros habríamos estado completamente a merced del sexo' El Village es el epicentro de los intelectuales y los jive hispter -los auténticos, como él mismo-. En un remanso en el que encontraban refugio todos los que huían de la soledad de la posguerra buscando una libertad que lanzara bien lejos la losa de la contienda. Un Village bohemio, germen de la generación beat, en el que "nadie tenía familia. Todos habíamos surgido de la nada, por generación espontánea, como antiguamente se creía que les ocurría a las moscas", relata. Arte, libros y sexo, la triada de una nueva época Anatole Broyard se convierte en un cronista nostálgico, pero no exento de ironía, de ese Village intelectual y inocente de finales de los cuarenta estructurado en torno a tres pilares: el arte, los libros y el sexo. "La educación era chic y sexy en aquellos días", explica. Ese era el ambiente que se respiraba y refleja en un libro por el que pasean desde quienes fueran sus profesores en el New School for Social Research como Erich Fromm o Meyer Schapiro, hasta amigos como Milton Klonsky (que le pidió su primera reseña sobre jazz), escritores como Delmore Schwartz, Dwight Macdonald, W.H. Auden, el poeta Dylan Thomas y su mujer en un épico y etílico pasaje o la cantante Carmen Miranda. Si el arte era para esos bohemios el espejo retorcido que podía explicar el mundo, o como dice Broyard "si pudiéramos pensar en la civilización como algo dotado de sexualidad, el arte sería su sexualidad", los libros eran algo más que un objeto adorado: eran su adicción. Tanto que "había gente que tenía más libros que dinero". "Los libros eran nuestro clima, nuestro entorno, nuestra ropa. No nos limitábamos a leerlos: nos convertíamos en ellos (...) Los libros fueron para nosotros lo que las drogas para la juventud de los años sesenta". Él mismo abrió una librería de segunda mano especializada en literatura del siglo XX y tenía como popes a Kafka, Wallace Stevens, D.H. Lawrence y Céline. "De no haber sido por los libros habríamos estado completamente a merced del sexo", cuenta. 'En 1947, cuando una chica se quitaba la ropa interior estaba más desnuda de lo que ninguna mujer lo había estado jamás' Como no puede ser de otro modo, el sexo es el otro pilar de esta sociedad que despierta del letargo bélico. Al igual que las otras dos patas, representa el descubrimiento y la pérdida de la inocencia norteamericana. "El sexo tenía tanto de susperstición o de herejía religiosa como de placer. Era una combinación de Halloween y Navidad: culpable, atormentada, torpe, desconocida y emocionante", escribe. Broyard describe un sexo más libre porque aún estaba sin explicar, un sexo de mujeres calladas que empezaban a gritar, aunque "en 1947, cuando una chica se quitaba la ropa interior estaba más desnuda de lo que ninguna mujer lo había estado jamás", dice ilustrativo, y un sexo de posguerra que "era una libertad más que un placer, puede que incluso una polémica, una venganza contra la historia". Es esta parte del relato la que entronca con Sheri Donatti, el álter ego de la pintora, poeta y editora Sheri Martinelli y protegida de la contestaria escritora Anaïs Nin. Ella es la espina dorsal de estas memorias que se organizan en torno a la vida antes, durante y después de Sheri. Representa su inmersión en lo abstracto, en el arte pero también en sí mismo, en su pensamiento, en un mundo de insatisfacciones y en ese amor que no está a la altura de la publicidad. Sin duda son los episodios con Sheri, como el intento de suicidio con gas, sus portes por las escaleras o la llegada a ese infecto apartamento, los que mejor relatan el renacer de esos pipiolos en (in)satisfechos hipsters. "Era la vanguardia en sí misma. Se había borrado y vuelto a dibujar, había redefinido su manera de pensar y sentir (...) Era como un anticipo de lo que estaba por venir, un invento aún sin perfeccionar, pero que acabaría siendo importante: un presagio, un heraldo, como los objetos hechos añicos del cubismo o la música atonal. Cuando llegué a conocerla mejor, pensé que Sheri era una nueva enfermedad". Era como esa generación hipster que eclosionó a finales de los años cuarenta en un céntrico zoo neoyorquino. Prado Campos