Fuente: http://revistas.elheraldo.co/latitud/gomez-jattin-sin-escandalos-134049
La vida y obra del poeta que nació el 31 de mayo de 1945 en Cartagena de Indias y vivió su infancia en Cereté, Córdoba, son tan polémicas como delirantes. Aquí, una visión que desvirtúa la idea de que Raúl Gómez Jattin fue un transgresor de la literatura.
La falta de una crítica oportuna y eficaz que impidiera que se valorara, en una sola amalgama, la actitud personal y la producción poética de Raúl Gómez Jattin llevó a que una porción de lectores creyera que sus excentricidades eran expresiones de su ingenio y no reacciones de su enfermedad nerviosa o de su adicción a las drogas. Muchos pensaban o piensan que sus comportamientos eran originales y únicos en la historia de la literatura. Esta visión demasiado elemental de la poesía lo convirtió en el supuesto transgresor que rompía los esquemas tradicionales de las letras colombianas. Esa concepción, primaria, sensorial e ingenua, desorienta y le hace daño al joven lector, pues desconoce una tradición e intenta implantar una moda que ya históricamente está superada. Al poeta, como saben los estudiosos del tema, no hay que juzgarlo por lo que parece ser, o posa de ser, sino por lo que verdaderamente es. Es decir, por su escritura.
Como ya se ha concluido, Raúl no rompe nada. Los derroteros por donde trasegó su poesía ya habían sido horadados. A Gómez Jattin, por lo menos, le anteceden cuatro etapas: los poetas malditos franceses (siglo XIX), el surrealismo (primera mitad del siglo XX), la generación beat norteamericana (años 60-70) y el nadaísmo colombiano (años 60-80). La suya, que es una actitud ya trillada por otros poetas, puede resultar novedosa para los desinformados o ignaros. En Barranquilla, Vidal Echeverría en los años 50 ya había practicado toda la gestualidad excéntrica que luego trataría de remozar Gómez Jattin.
Un rápido paneo por la vida de los poetas malditos nos muestra que con Raúl no se inician ni el escándalo ni la vida atormentada. Baudelaire sufrió la muerte temprana de sus padres; tuvo malas relaciones con su madre y su padrastro. Fue expulsado del colegio por indisciplina. No terminó sus estudios de Derecho. Se entregó a la bohemia, al hachís y al opio. Padeció sífilis. E, incluso, intentó acabar con su existencia, “debido a que se consideraba peligroso e inútil”. Paul Verlaine, por su parte, se dedicó a la bohemia y al alcohol. Abandonó a su cónyuge e hijo para irse a Bélgica con Rimbaud como amante. A este, en una trifulca por celos, lo hirió con dos detonaciones de revólver. Fue a la cárcel. Luego de salir, regresó a ella por haber golpeado a su madre. Por su lado, Jean Arthur Rimbaud, hijo de matrimonio separado, también recurrió a las drogas, disgustó a fondo con su madre, y traficó con armas. Sthephane Mallarmé quedó huérfano desde muy niño, y “su vida la pasó de internado en internado”. Como se nota, las ideas o actitudes poéticas del colombiano no son nuevas, si acaso cercanas a la práctica de los poetas réprobos europeos, aquellos que para darle palidez y traumatismo a sus rostros no dudaban en beber diariamente una porción de vinagre.
Si nos referimos al nadaísmo, que es anterior, Gómez Jattin coincide con él en ciertas características exteriores y en alguna escritura conversacional de su poesía. Este movimiento, que continúa encarnado en varios de sus miembros que se mantienen vivos, es “un punto fulgurante, incandescente, fugaz en la historia nacional… que se nutrió de rebeldía, irreverencia, mucha droga, y su principal sustento fue atacar, demoler la mojigatería moral de la sociedad colombiana”. Aunque tuvo revista y alguna influencia política, a este no se le puede reconocer un ideario grupal. Pues como lo señala Alfonso Carvajal, “más que una poesía nadaísta, creo que existen poetas nadaístas”. Tampoco ellos pudieron modificar el panorama cultural colombiano. Y si el nadaísmo no logró esto, mucho menos lo iba a hacer un hombre enfermo y solo. Lo máximo a que podía aspirar Gómez Jattin era a ser un nadaísta tardío. “Un bardo maldito new look”, como lo señala Eduardo García Aguilar, quien afirma que “con De Greiff se inicia en Colombia la poesía como entertainment, la poesía espectáculo que llegaría a su máximo esplendor en los 60 con los nadaístas y en los 80 con Gómez Jattin”. De lo anterior queda explícita la idea de que la obra de Raúl fue una expresión, aunque espectacular, anacrónica e inauténtica, que no significó modificaciones esenciales en la literatura nacional.
Por todo ello la poesía de Raúl debe mirarse con menos sensiblería y más calma. No hay que juntar –en forma indisoluble– la vida y la obra, pues así es probable que su poesía no se salve. Mallarmé lo dejó escrito: “El hombre mortal no tiene por qué dar explicaciones, la obra se defenderá por sí misma”. Y el mismo Gómez Jattin –por paradoja– aconseja que a los poetas hay que leerlos sin dar importancia a sus acciones. ¿Qué le aporta el escándalo al poema? ¿Es imprescindible la moral del autor para que haya goce estético? El hecho de que Raúl hubiera rociado con marihuana un helado de chocolate, por ejemplo, ¿le da más valor a su poesía? Claro que no. Ningún lector serio atiende a estas nimiedades. Quien se deja llevar por estas, no busca el arte, sino la anécdota, el show, la bullería. Tampoco hay que creer que sin la droga Gómez Jattin no hubiera sido poeta. Esto fue un invento, una excusa, una mentira que circuló en abundancia. Intelectualmente, Raúl, no hay duda, era capaz de escribir poesía y teatro. Tenía un bagaje literario bastante sólido. No debemos olvidar los nexos que tuvo con los libros desde sus primeros años. Pero prefirió otra ruta, donde estaban incluidos los narcóticos. Su ambición, aupada por los aplausos de la galería, lo llevó a considerar que tenía que transformarse en una especie de chamán o semidiós para tocar los fondos absolutos de la poesía. Que la esencia de esta se encontraba en lo ultraterreno o lo inconsciente. O en la locura. A partir de esta idea sus amigos justificaban el poder físico destructivo que iba derramando a dondequiera que llegaba. Rubén Gómez, su hermano, lo sintetiza de esta manera: “Raúl fue un huracán que arrasó con todo mientras iba sembrando poesía. Destruyó, pero sembró una gran obra”.
Una aproximación a los temas de Gómez Jattin nos señala que, además de no ser novedosos (hoy no hay temas originales, dicen los entendidos), ya han sido tratados en la arena literaria. Eso se deduce, por ejemplo, cuando se le compara con Walt Whitman. La relación entre estos dos poetas ya ha sido planteada. Incluso se ha hablado de excesiva influencia o remedo. Para corroborarlo léase el artículo “¿Raúl Gómez Jattin plagió a Whitman?”, que aparece firmado por Antonio Laitano Leal (periódico La Plaza, Cartagena, P. 4-5). En este se muestran nexos directos o implícitos, que adquieren convicción al analizar gran parte de la poesía del norteamericano (lo mismo se ha afirmado de su relación con Pessoa y Kavafis). Es allí cuando empiezan a verse con claridad las aguas convergentes. Entre los temas más evidentes se destacan el amor hacia los hombres, las mujeres y los animales, la predestinación del poeta y la sensación de creerse sus propios verdugos. Veamos una breve muestra:
Soy el poeta de la mujer y soy el poeta del hombre,
y digo que tan admirable es ser mujer como ser hombre,
y digo que nada hay más admirable que la madre de los hombres.
Whitman (Canto de mí mismo. 21)
Soy de la mujer y del hombre Me doblega
una tierna virilidad Subyuga mi corazón
una feminidad fortalecida en el arte
aunque siempre he amado más al amigo.
Gómez Jattin (Que ellas perdonen a Rafael Salcedo)
Me parece que yo podría vivir con los animales:
son tan plácidos y retraídos,
me detengo a contemplarlos largamente.
No protestan, no se quejan de su situación,
no andan desvelados en la obscuridad ni lloran por sus pecados,
no me exasperan hablándome de sus deberes para con Dios,
no hay ninguno que no esté satisfecho,
no hay ninguno que esté poseso de la manía de poseer,
no hay ninguno que se prosterne ante otro,
ni ante los otros de su especie que vivieron hace miles de años,
no hay ninguno que sea respetable o desgraciado
sobre el haz de la tierra…
Whitman (Canto de mí mismo. 32)
Te quiero burrita
Porque no hablas
ni te quejas
ni pides plata
ni lloras
ni me quitas un lugar en la hamaca
ni te enterneces
ni suspiras cuando me vengo
ni te frunces
ni me agarras
Te quiero
ahí sola
como yo
sin pretender estar conmigo
compartiendo tu crica
con mis amigos
sin hacerme quedar mal con ellos
y sin pedirme un beso.
Gómez Jattin (Te quiero burrita)
La libertad o revaloración de lo popular o de lo desenfadado en su poesía es una cuestión también delicada. Pues de la sencillez se puede pasar a la simplicidad o al verso sin carga literaria, como sucede en algunos de sus textos (ver con ojo crítico El esplendor de la mariposa). Parece innecesario advertir que el mundo de la realidad –aunque en apariencia represente lo mismo– no es el de la poesía. Por muy coloquial que sea el poema, en este hay una traducción o connotación lingüística que ha revertido la acción, la imaginación o el pensar en metáfora de la existencia. Lo transgresor en Gómez Jattin no debe mirarse solo por la cifra de culos, cricas, nalgas, o escenas zoofílicas, hetero y homosexuales. Esto –sin la transformación sustancial y metafísica de la palabra– es apenas frágil superficie. Deseos de impresionar o maltratar el pudor de las buenas conciencias.
No obstante, vayamos a su verdadera poesía. El Raúl más logrado, en calidad y cuantía, es el que le canta a la infancia, ese que se halla en el Tríptico cereteano. Nos referimos a la poesía que destila sinceridad y arraigo, recuerdos y nostalgia por la tierra. Aquí debemos hablar, ineludiblemente, de “Qué te vas a acordar Isabel”, un poema sencillo, escrito con el mejor lenguaje de Gómez Jattin, inequívoco y tocado por una sincera tristeza. Aceptemos transcribirlo:
Qué te vas a acordar Isabel
de la rayuela bajo el mamoncillo de tu patio
de las muñecas de trapo que eran nuestros hijos
de la baranda donde llegaban los barcos de La
Habana cargados de…
Cuando tenías los ojos dorados
como pluma de pavo real
y las faldas manchadas de mango
Qué va
tú no te acuerdas
En cambio yo No lo notaste hoy
no te han contado
Sigo tirándole piedrecillas al cielo
buscando un lugar donde posar sin mucha fatiga
el pie
Haciendo y deshaciendo figuras en la piel de la
tierra
Y mis hijos son de trapo y mis sueños de trapo
y sigo jugando a las muñecas bajo los reflectores
del escenario
Isabel ojos de pavo real
ahora que tienes cinco hijos con el alcalde
y te pasea por el pueblo un chofer endomingado
ahora que usas anteojos (...)
Si analizamos un poco este poema se encuentra en él al hombre que recuerda no solo a una niña o a una mujer, sino un patio, unas muñecas de trapo, unos ojos… La imagen, entonces, es desconsuelo y memoria del pasado. Certeza del no regreso y, por tanto, pugna del poeta con su tiempo, con la transformación biológica y, ante todo, con los ásperos avatares que le tocaron padecer o propiciar como ser humano. Lo que una vez se manchó de mango o fue ternura, hoy no es más que definitivo olvido. Isabel no tiene por qué acordarse de nada. Ella está dentro del juego (del juego de la vida, como dice el bolero caribeño). Él no. Él se quedó con las evocaciones de la infancia. Y optó por mantener abierta la herida. Aquí, pues, está el poeta, que es poeta no cuando lo toca el arrebato o las ganas de violentar o de escandalizar, sino cuando lo lastima la melancolía. O cuando el pasado, que es el otro nombre de la tristeza, le cobra sus denarios y lo obliga a poetizar con lo más doloroso del recuerdo.
Hay también en Raúl Gómez algo de desarraigo forzoso. De ahí el carácter incisivo y muchas veces fatalista de sus versos. Cuando la infancia viene a él, reiteramos, lo toca con su mano tenue pero también lo lastima con sus garras. Y lo derriba siempre. La infancia tiene ojos, nombres, colores, olores, geografías, rostros conocidos y amados, todo tiznado de melancolía. Por eso escribió con lúcida solvencia: “Como fuerza de monte /en un rincón oscuro /la infancia nos acecha”. Y profundiza el problema del pasado en su poema “El Leopardo”:
Tú venías por el sol y yo era de barro triste
Tú tenías noticias del universo y yo era ignaro
Los años –Martha– con su carga de piedras
afiladas
nos han separado
Hoy te digo que creo en el pasado
como punto de llegada.
Aquí, cuando afronta el tiempo como látigo o como recuerdo, están sus victorias. Profesa en ese instante fe en el pasado, que es nuestro ahorro obligatorio. E indaga por el hombre que busca su identidad en un tiempo cíclico. Con el poema en mención vuelve a la niñez, a sus claroscuros, al ocultamiento como una forma de espera. Y para él el pasado no es clausura, es un nuevo comienzo. Por eso lo presentiza en el poema. La palabra lo torna contemporáneo, lo funda y lo protege. Y es en ese ámbito, cortejado por la telúrica y el recuerdo, donde Gómez Jattin, sin el anexo innecesario de las extravagancias y los escándalos, consigue su más convincente y auténtico trabajo literario.
Sobre el autor
Catedrático Universidad de Córdoba. Coordinador del Grupo de Arte y Literatura El Túnel, de Montería.
Por:
José Luis Garcés González