La poetisa hablaría acerca de su creación, concebida como décimas por ser éste un metro musical y en el que se expresa el pueblo.
Voz imprescindible de la lírica cubana y universal del Siglo XX, apasionada, indómita, provocadora y en ruptura con las normas literarias y sociales, por los libérrimos versos de Carilda Oliver Labra (Matanzas, 1922-2018) late el pulso de una inevitable revolución en las letras y en las calles. Su tono desenfadado, conversacional, recupera giros populares del idioma y elementos de la vida cotidiana no considerados antes en el canon por la poesía culta. El Canto es un grito de combate estético de altísimos decibeles, es el abandono de toda convención y un manifiesto político y literario de impresionante belleza plástica en el que expresa su absoluta ausencia de miedo y renuncia a toda atadura material que amenace con hacerla callar. Este soneto debería incluirse en las antologías como una de las más hermosas creaciones poéticas en lengua española.
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Rómpanme los vestidos, quítenme la locura,
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pulan con ese látigo mi sitio de estar sola,
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tráiganme los infiernos, pongan mi cama dura;
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no temo a los tiranos ni al cáncer ni a la ola.
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Déjenme sin pecado, sin Sol, sin biblioteca;
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ya huérfana de todo no sentiré ni tedio.
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Escóndanme ese pan, claven mi boca seca:
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nada podrán hacerme que no tenga remedio.
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No importará la cárcel porque bebí delirio,
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hasta en el mismo polvo suele nacer el lirio,
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ninguna muerte sabe pudrirme la mañana.
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Mi corazón no tiene gravámenes ni dueño.
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Nunca podrán quitarme el ala con que sueño.
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Y seguiré cantando cuando me dé la gana.
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La sensualidad y el erotismo, que escandalizaran en su tiempo a más de una “buena conciencia”, son rasgos de buena parte de su producción poética, de profunda sensibilidad; pero su compromiso político es inseparable de su poesía, de lograda perfección. Canto a Fidel, escrito en marzo de 1957 (*), fue el primer poema que se escribiera al forjador de la Revolución Cubana. La poetisa hablaría acerca de su creación, concebida como décimas por ser éste un metro musical y en el que se expresa el pueblo; y relata cómo lo envió a la Sierra Maestra de forma clandestina: “Si hubiese consultado entonces la bola de cristal habría entendido –previo al conocimiento de todo lo que ha pasado durante todos estos años– que a este hombre no se le puede saludar con versitos sino con armas que están por inventarse, y que no alcanzan los Neruda, los Vallejo, los Darío, los Miguel Hernández, los Guillén... para escribirle la epopeya justa (…) Eso sí, lo hice llena de amor y romanticismo, con una pasión ilusionada, llena de fantasías; quería sencillamente contribuir a la causa con un granito de arena. (...) Lo hubiera escrito de otra forma porque el tiempo la vuelve a una más cuerda. O sencillamente, no me atrevería a escribirlo, quizá porque sería demasiado presumido. Fidel es una figura universal y no cabe en un poema”(cubadebate).(…)Hace falta un trueno, un múltiple grito, una diana aparte,
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una catarata de ruidos violentos y de frenesí.
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Hace falta el fuego para saludarte,
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amado Martí.(…)Así entona Carilda, en heroico verso de arte mayor, su Canto a Martí. Desde la apasionada invitación a la cercanía física, pasando por el metro en que canta el pueblo llano, hasta la épica de alta factura, todos los registros fuero bien logrados por esta imprescindible poetisa revolucionaria cubana:
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Toca una campana, hierve un centelleo,
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la bandera pasa como un huracán,
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y, Martí, te veo:
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los áureos soldados detrás de ti van
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con himnos, sudores, armas y mochilas;
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las ropas ya viejas,
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las carnes dolientes, firmes las pupilas,
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el humo por cejas;
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los bravos soldados de la insurrección,
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los innominados, los tercos, los fuertes, los inaccesibles,
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los grandes, los bellos, los de corazón,
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los incontenibles
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hombres que alumbraron la Revolución.
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Por Tania Zapata Ortega