Fuente: http://larepublica.pe/impresa/ocio-y-cultura/799610-explorar-la-ciudad-para-mi-era-todo-un-arte
El poeta Eduardo Borjas Benites es como la sombra que deja el sol al mediodía, está al pie de nosotros pero casi no la vemos. Poeta joven, perfil bajo, pero con una poesía llenada de ciudad, del centro de Lima, comarca de su tránsito cotidiano.
Borjas Benites ha publicado Trendelemburg (Ed. Vagón Azul), un libro que tiene mucho de calle, de amores insalvables, de voces contestatarias, de vuelta a los orígenes, de hastío y caos, pero también de esperanza, donde “el corazón es un transeúnte desorientado”.
“Trendelemburg” es un término médico que describe una postura inclinada del paciente en que la cabeza está hacia abajo y los pies hacia arriba. Esa postura ayuda a irrigar de sangre el cerebro cuando se está en un estado de shock.
¿Y qué asociación haces en el libro, alguien que mira el mundo desde esa posición?
Sí, me gustó primero la palabra por el ritmo que tiene al pronunciarse y luego, supongo, le busqué ese sentido. El libro lo escribí dándole vuelta a muchas cosas, porque hablo de la ciudad, de la enfermedad, pero al final, en el fondo, el libro está trazado por la esperanza.
En la primera parte, “Ritual de espasmos”, miras hacia adentro, los sentimientos íntimos. En la segunda, “El paisaje desnudo”, avizoras la ciudad.
Sí, básicamente es eso, de vivir lo íntimo, como el amor, la familia, pasé a mirar la ciudad. Coincidió porque cuando escribí esos poemas empecé también a conocerla, el centro de Lima, las calles, las noches.
¿De dónde venías?
Yo soy del Cono Norte, pero mi familia es andina y mi sentimiento, básicamente, es andino, del norte y del sur, porque mi familia es de Trujillo, Santiago de Chuco, y mi familia materna es de Ayacucho. Entonces, con esos orígenes, conocer el centro fue muy raro.
¿Pero si estudiaste en la U. Villarreal, en el centro de Lima?
En realidad postulé a la Villarreal porque me había enterado que dentro de todo ese caos había una universidad. Yo decidí postular a la Villarreal por eso. Más que por un centro de estudios, para mí era como un lugar de donde podía salir a explorar la ciudad y volver a un sitio seguro dentro del caos. Esa experiencia marca la diferencia de esa primera parte que consideras íntima.
Exploras y regresas al refugio.
Sí, explorar la ciudad para mí era todo un arte. Luego conozco, por un motivo de salud, varios hospitales y eso influye en toda la tercera parte del libro, “Epílogo de danza”.
Sí, claro, porque hay un término médico, el leiv motiv.
Sí, cuando estuve en terapias y quería saber en qué andaba metido, entonces comencé a leer todo sobre la enfermedad que me aquejaba.
Tú enfermo y descubres una ciudad también enferma para tu poesía: peligro, caos..., ¿influencia horazeriana?
Lo que pasa es que primero fue mi deslumbramiento por la ciudad y después es que leí la poesía de los horazerianos, pero sobre todo la poesía de los poetas del 90, que me gustó mucho más porque hablaban de los temas que yo estaba buscando, explorando. Ocurre que yo ingresé a la Villarreal a los 17 años y no había leído casi nada, pero tenía ganas de escribir. Ya en la universidad empecé a leer mucha poesía peruana.
¿Y cómo escribes? Veo versos breves a prosa poética.
No lo sé. Solo escribo todos los días, es decir, tomo apuntes. Llega un momento en que uno se sienta y se deja llevar por la música. Allí fluye versos breves y prosa poética, por el ritmo de esa música.
Tu poesía está salpicada de música, visiones andinas de la ciudad, pinturas. Y La ciudad no es maldita porque es maldita, sino porque hay quienes la padecen.
Sí, creo que sí, mi familia por parte materna son danzantes de tijeras, músicos o violinistas y yo sentí necesidad de escribir desde la secundaria. El primer vínculo que tengo fue cuando un profesor recitó a Vallejo y le tomé más interés cuando dijo que era de Santiago de Chuco porque, como te dije, de allí es mi familia. Mis abuelos son de Santiago de Chuco y eso hizo que yo parara más la oreja. Desde ahí me cautivó la poesía.
¿Qué es la poesía para ti?
Es una búsqueda. Es esa necesidad de encontrar un centro, de cantar, de caminar. ❧
VERÓNICA CALDERÓN