Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/sabores-misteriosos_0_1442255782.html
Lo mío tal vez sea sólo una visita”, dice Gabo Ferro (Buenos Aires, 1965) con su Recetario Panorámico Elemental Fantástico y Neumático , recién sacado de la cocina, y habla de poesía. Convoca a Diana Bellessi, Idea Vilariño, Marosa Di Giorgio, Arnaldo Calveyra y Olga Orozco como quien trae a la mesa a sus maestros, quienes le han acariciado la mejilla y lo han puesto en este camino, el de la poesía, que dice, le queda grande.
En este Recetario, que presenta hoy sábado a las 17 en la Biblioteca Nacional, Ferro –con un largo recorrido como músico, autor de canciones deliciosas, además de historiador e investigador– echa sabores y sinsabores, sangre, piel y huellas, e invita al lector a descifrar la clave de cada receta.
–¿Cómo llegaste a este Recetario?
–Sabía que tenía que armar una estructura. Las estructuras más que encorsetarme, me estimulan. Estuve pensando en ello hasta que di con el género de recetas y empecé a estudiar, empecé a ir a bibliotecas.
–¿Sos cocinero, te gusta la cocina?
–No, en absoluto. No cocino. Pero había encontrado en el género algo interesante: tiene sus giros, sus pautas, sus reglas, su tono. Eso que atraviesa a contrapelo diferentes momentos y civilizaciones. Empecé a ver material y llegué hasta consultar incunables.
–¿De modo que es un poemario atravesado también, por tu trabajo de historiador?
–Sí, sabía cómo. Estuve unos dos meses investigando, leyendo mucho, relevando, hasta que tuve lo que quería y cómo lo quería. A mí lo que me ataba era la intención de la receta: ¿Cómo hacer un guiso? o ¿cómo matar a su enemigo? Era algo que me parecía que contaba el final del chiste de antemano. Pero encontré una linda fórmula en arrebatárselo a la receta y poner a jugar al lector, a imaginar, para qué cosa podría ser esa fantasía enloquecida que es cada receta. Cada una tiene un título oculto. Una vez que tuve el tono me puse a escribir.
–¿Cómo es ese ponerse a escribir, imagino que bien distinto de hacer canciones?
-Sí, es mucho más en soledad, mucho más fantástico. Acá recurro al lenguaje, me olvido de los acordes, no necesito tener la guitarra a mano ni el grabador. Las poesías empezaron siendo muy largas y luego hice un trabajo de desagregar o de subsumir, hasta que el libro se consume, porque termina con una sola letra. Se consume. La fantasía era pensarlo como un recetario que se quemó y sobrevivió sólo eso, hasta llegué a pensar en presentarlo como una transcripción de una autor desconocido, pero al final quise poner mi nombre en ello. Aunque también podría haber ido a escribir cosas parecidas a las letras de las canciones...
–Ese hubiera sido un lugar seguro.
–En ese caso hubiera sabido cual, más o menos, hubiera sido la devolución. Pero yo siempre me corro, hago lo mismo con los discos. Eso tiene un riesgo implícito.
-En ese riesgo, la propuesta del libro demanda un lector activo, que vaya tras el misterio...
–Si del otro lado no tengo alguien que escuche, que se involucre no resulta. Pido mucho, soy muy exigente, pero es algo que me exigí antes a mí.
–Decís que cuando escribís mirás para adentro y que es un ejercicio que aprendiste de niño.
–Qué sé yo, mi primera guitarra a los cinco años me la trajeron los Reyes Magos, fue la monarquía mágica la que me puso el instrumento a los pies, en las zapatillas. Además tengo un hermano que me lleva once años, el rock argentino lo veía en tiempo real. Cuando todos se iban, yo dejaba de escuchar los audiolibros de Pedro y el lobo y ponía Pescado Rabioso, Almendra, Moris. Era fan de Color humano y de Gabriela Molinari, escuchaba su disco y era un poseso, bailaba como loco en el patio de la casa de Mataderos. Nunca tuve María Elena Walsh.
–¿Eras lector también?
–Sí, muy. Me regalaban muchos audiolibros y tuve la suerte de tener unos viejos que me acompañaban en todas las cosas que quería hacer. Una vez, a los trece, le pedí a mi viejo ir a un taller literario. Me llevó al Tortoni, un sábado, a una reunión con señoras de tapado de nutria; se sacaba un número y se leía. Me destrozaron el poemita. Mi viejo descompuesto de risa, me dijo: “Esto no es”.
-¿Volviste a un taller literario?
–Nunca más en la vida. Me hicieron bolsa, nunca me había sentido así. Yo supuse que esas señoras eran las dueñas de la verdad, de lo que era el buen escribir. Debo haber quemado el poema.
–Pero seguiste escribiendo
–No, me dediqué a estudiar. Volví a escribir pero letras de canciones...
MARIA LUJAN PICABEA