Aunque su obra poética no sea lo más conocido de su producción, en las tres últimas décadas, Adolfo García Ortega ha escrito poco más de doscientos poemas repartidos en varios libros que ahora ha reunido en un solo volumen «Animal impuro (Poemas reunidos)», publicado por la Fundación José Manuel Lara –colección Vandalia–.
Vinculado al mundo del libro y la comunicación, su concepto literario no se ajusta a un solo registro. Ha sido traductor, crítico, articulista, ensayista, editor –dirigió Seix Barral y es asesor del Grupo Planeta–, poeta y novelista. Como poeta dice procurar «el equilibrio entre lo narrativo y lo lírico».
–¿No es muy joven para reunir su poesía completa? ¿Por qué ahora?
–Joven relativamente. Poetas como Gil de Biedma o Cernuda lo hicieron antes. Lo hago por dos razones: Porque es mejor ver desde arriba el territorio que desde abajo. Verlos en conjunto da una visión completa. No soy muy prolífico y hay libros míos que no se encuentran. Juntos dan una visión de obra coherente y eso se capta en la totalidad.
–¿Pero piensa seguir escribiendo poemas?
–Noto cierto divorcio personal con la poesía. Gil de Biedma decía que es un arte de juventud. Ahora me interesa más la narrativa. Me considero un poeta narrativo y escritor se puede ser de muchas maneras. Me atraen más otras formas literarias, aunque nunca se sabe lo que va a pasar.
–Poeta, novelista, ensayista, traductor... ¿Es usted un animal literario?
–Soy un animal literario sin ambages. Siempre me ha fascinado el libro, desde niño, aun sin saber el contenido. Me gusta el ensayo, la novela, la traducción me apasiona, aunque este tipo de escritor que maneja varios registros es mejor recibido en otras literaturas, como la francesa o la anglosajona, que aquí, que se tiende al encasillamiento.
–¿Y por qué impuro?
–Me gusta más la impureza que la pureza, que lleva a ideas demasiado cerradas. Me gusta el mestizaje. La impureza es una cualidad más que un defecto y como buen mestizo me gusta la heterodoxia y la marginalidad. Mi personaje roza con lo fronterizo, con lo impuro, con lo que no es una verdad absoluta.
–Dice usted que es un poeta raro.
–Sí, porque mi poesía no es convencional, no es lírica. Tiene una sentimentalidad muy controlada, es más bien descriptiva y reflexiva. Me considero un francotirador, no estoy vinculado a grupos y movimientos actuales. De ahora solo me gustan unos pocos muy concretos. Me siento contemporáneo de otras épocas y otras literaturas.
–¿Cuáles son sus influencias?
–Entre los capitales está Baudelaire, que fue el principio, pero el que más me gusta es T.S. Eliot. También W.H. Auden, Cernuda y el francés Valery Larbaud. En España, mi referencia es la generación de los 50, sobre todo, Ángel González, Gil de Biedma y Claudio Rodríguez.
–¿Puede leerse su libro como una obra única, como un solo corpus?
–Yo identifico mi poesía como un mueble con muchos y distintos cajones –pequeños, grandes, largos...-. Una sola unidad con subunidades distintas. Sin una forma única, sino con irregularidades. Es la heterogeneidad dentro de la unidad.
–¿Y cuál es su leitmotiv, la argamasa que unifica todo?
–El viaje. Mi literatura tiene una propensión a salir fuera e ir a alguna parte. El viaje es una metáfora de la vida y en él se produce la transformación del que viaja. Esa transformación y la emoción del trayecto es lo que más me interesa y no sólo el viaje físico, también el espiritual o interior.
–¿Cuál ha sido la evolución?
–Hacia una mayor libertad en las formas literarias. Al principio buscaba lo sencillo y directo pegado a mis maestros. Ahora mi poesía es más compleja, hacia adelante y hacia adentro.
–¿Se puede profundizar en la realidad desde la ficción de un poema?
–La realidad, al pasar por el cristal del poeta se convierte en otra cosa, pero sigue siendo la realidad y el poeta debe de quedarse con su esencia e intentar superar todo lenguaje privado. Lo que escribe lo va a leer alguien y el primer principio es que se entienda, aun sin renunciar a la metáfora. Debe intentar sorprender con temas e imágenes.
–Su poesía, plagada de alusiones culturales, ¿puede adjetivarse como «intelectual»?
–Si intelectual es algo ininteligible, no. Es una poesía cultural. En ese aspecto me considero un poeta postmoderno en el sentido estricto.
–¿También se percibe un trasfondo social?
–Que se ha acentuado con los años. Hay una aproximación a la realidad sociopolítica. Un tono reflexivo, incluso elegíaco. Lamento que la vida y la realidad social no sea como deseábamos. De la juventud a la madurez hay una pérdida de ilusión, pero los sueños siguen siendo sueños siempre.
–¿Le preocupa el paso del tiempo?
–Es una obsesión que tengo desde niño, cómo va más deprisa que nosotros. La finitud de las cosas es la gran putada de la vida y me subleva la velocidad con la que se sucede.
Fe en el ser humano
La condición humana es uno de los objetos de reflexión y una constante que subyace en toda la obra poética de García Ortega: «Yo tengo mucha fe en el ser humano, pero me interesa más uno a uno. En conjunto creo que va a peor, que es incapaz de ser colectivamente lo que es individualmente. Me emociona lo personal, la ingenuidad, la inocencia, el sufrimiento...y me subleva la injusticia y la prepotencia. Me interesa el componente moral de la poesía, que le diga algo a la gente, que les haga pensar y cambiar».
«Animal impuro (poemas reunidos)»
Adolfo García Ortega
Fundación José Manuel Lara
408 páginas, 17,90 euros
Juan Beltrán