A todos nos gusta que nos den amor y el chef, poeta y promotor cultural Antonio Calera-Grobet es un experto en dar cariño a partir de su experiencia como cocinero y gestor de bondades en La Bota, su célebre taberna del Centro Histórico.
Allí donde los clientes son llamados amigos y donde se puede comer el que sea probablemente el mejor jamón serrano de la ciudad, Antonio (columnista también de SinEmbargo), suele dar rienda suelta a la lealtad y admiración que le profesa a jóvenes creadores mexicanos, mucho de los cuales suelen publicar en su editorial independiente Mantarraya.
Pero lo cierto es que más allá de esos gestos de humanidad y empatía que lo ennoblecen, Antonio, nacido en la Ciudad de México en 1973, es un poeta a tiempo completo, uno muy serio, uno a tomar muy en cuenta.
Ya lo demostró con el anterior poemario Yendo y lo refrenda con Sayonara, el libro recién salido del horno y que fue pretexto para una larga entrevista llevada a cabo en esa banqueta proverbial del pasaje San Jerónimo, frente al Claustro de Sor Juana, cuando el sol vomitaba a pleno sus luces demoníacas y el verano nos hacía flotar en ese Centro Histórico que nos reconcilia a menudo con el México de nuestros sueños.
En Sayonara (gracias, en japonés), Calera Grobet pierde un poco de la ampulosidad, del estruendo, que había abonado en Yendo, para cultivar rosas en un jardín desolado y entrar al paisaje de una interioridad dibujada a través de las pérdidas de amigos queridos (Canek Sánchez Guevara –a quien le dedica un poema- y el pintor Alejandro Santiago, entre otros).
Se trata de un trabajo que refleja el año en que se ha mantenido libre de las adicciones tormentosas del pasado y con el que Antonio celebra un torrente de palabras que es su actualidad, traducido no sólo en el poemario de reciente aparición, sino en dos novelas aún inéditas y que esperan ver la luz próximamente.
Dice Juan Gelman que uno nunca se va del barrio, pero lo cierto es que se van. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo
Todo esto en el marco del décimo aniversario de La Bota, una fecha que ni “Toño” ni sus hermanos dejarán pasar por alto y que se celebrará entre otras iniciativas con un libro donde escritores, comensales ilustres algunos, entrañables otros y diversas personalidades de la cultura defeña hablarán de su experiencia en la taberna del amor, la amistad, la sidra y el jamón serrano.
–¿Crees que falta dar gracias en este mundo?
–Sí, por supuesto. No hay empatía ni conmiseración. Me gustaba tener un pretexto para dar gracias en un poema. Las gracias son un poco mentirosas porque no delimitan el fin de mi vida ni los tiempos de mi escritura; ese poema final del libro fue una especie de “corte y queda”.
–Tu escritura en Sayonara me resultó menos estruendosa que en Yendo...
–Me lo han dicho. Siento que en todo caso la escritura sufre de un vaivén o movimiento pendular que hace que oscile esa voz. No quiere decir que como creador uno sea esquizofrénico. A lo mejor es un descanso. Me gusta acordar con el canto general, como si todo tuviera que ser un himno, todo tuviera que ser colectivo y grande, cosa de legiones y huestes y gordas como la poesía. A lo mejor en Sayonara no se da tanto eso, es verdad.
–¿Cómo fue el viaje de Sayonara?
–Siento que los libros se van tejiendo como los mazos de naipe. Mezclé dos mazos de naipes, uno tenía los poemas del último año y el otro contenía cierta piedra que venía jugando como una runa de tiempos remotos. Quería escribir sobre toros y hay por ahí un poemita sobre un toro. Son poemas que tienen uno hacia atrás para saber de dónde vengo y otro hacia el futuro para saber adónde voy.
–En el medio se murió Canek Sánchez Guevara...
–Bueno, se han perdido muchos. Decía Juan Gelman que uno nunca se va del barrio, pero sí se van. No me había percatado que quizás esta voz de Sayonara sea la voz de un tipo que va en la proa de algo y que se da cuenta que de costado hay algunos asientos desocupados.
–Ahora que se va a publicar la novela póstuma de Canek, ¿sientes que se encuentra a los amigos a través de su obra?
–Creo que sí. Por lo menos me gusta imaginar que uno se los puede topar en la mitad del puente por medio de las letras, una invocación menos paranormal de lo que podría suponerse, pero me gusta perfilarlos por medio de las palabras. Como escribir es mi oficio, me gusta hacer estructuras donde ellos habiten. Se fue Gandalf Galván, un artista alemán que conocí en Oaxaca, se fue Alejandro Santiago, se fue Canek, se fue Marcelo Balzaretti.
Antonio Calera-Grobert tiene dos novelas inéditas que pronto verán la luz en el universo editorial mexicano. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo
–¿Quieres hablar de este año sin muletas, sin drogas ni alcohol?
–Sí, claro. Quería verme con otros ojos. Hace 10 años que tengo un bar y me interesaba la fragua de Vulcano. Era de los que observaban el fuego todos los días. Era de los que iba a buscar pepitas todos los días a las minas para traerlas a los demás, atado –como decía Octavio Paz de su padre- al potro del alcohol. Me cansé.
–¿Vivir para afuera?
–Soy alguien que no se puede imaginar sin una gran cantidad de amigos al costado, en grandes comilonas y lo hice hasta donde pude, pero me estaba desintegrando. Era un viaje de alta velocidad, de alto riesgo.
–¿Y ahora cómo es ese viaje?
–Es más oriental. Claro que el viaje anterior me hermanó con mucha gente y me iluminó mucho. De hecho, La Bota fue un gran propalador de luz para muchos, este es un lugar donde ha habido 10 bodas, donde un día casi cocinamos una res entera y lo que pasó es que quería frenarme para los 10 años de la taberna. Ahora me voy a tomar un vaso de vino con los amigos, ya sin tanto demonios dentro.
–¿Qué es la poesía en relación con los demonios?
–Sirve para comunicarse con los demonios en cuerpo presente. Nací el 2 de noviembre, así que la muerte se celebraba cuando nací, creo que uno no hace más que tener los demonios con uno y no extrañar a los muertos, sino conservarlos.
–¿Cuándo es poesía, cuándo es narrativa?
–Todavía no lo descubro. Se van intercalando para dar espacio a otro género. Acabo de terminar una novela y seguramente después de haber estado en el ritmo de la narrativa, en una especie de mirada periscópica de la narrativa, viene un discurso más ensimismado, el de la poesía. Supongo que se intercalan para darse tregua una a la otra. Lo de la gestión cultural intercalada con la escritura, no la siento fragmentada...es la manifestación de lo mismo aunque la gente no lo comprenda del todo. Digo que La Bota ha sido mi mejor poema y en mi cabeza intento ver todo como una versificación...cada día una versura y no hallo una vibración entre una vida y otra, aun cuando sean tan distintas. He tratado de imbricar todo, que no se sienta el rebote cuando regreso a casa. Intento que todo al final parezca poesía, porque eso me conmueve y me motiva, creo que esa es la mejor existencia que puedo llevar. Y cuando te conviertes en un personaje se vuelve todo más sencillo, porque tengo que decir sin ánimo de ser petulante que cuando llego a mi taberna me ven como a un personaje y eso me facilita hacer literatura aquí. Es mucho más sencillo. Y me llevo lo que sentí aquí para escribir algo en otro lugar.
–Sólo en México puede fugarse dos veces el Chapo, pero también sólo en México puede transcurrir una muestra de Miguel Ángel y Leonardo Da Vinci y sólo México puede vivir un momento tan alto de la poesía, como el que predomina ahora...¿Cómo es tu México?
–Buñuel, a quien admiro mucho y quien sea probablemente uno de los artistas más importantes de la historia, dijo que la belleza será compulsiva o no será. Bretón nunca dijo que este país había inventado el surrealismo, pero sí está escrito en los manifiestos surrealistas esa frase que citó Buñuel. Y sí, pienso que México vive una belleza de esa índole, una belleza convulsiva, intempestiva, radical. Una belleza sublime también. Cohabitan distintas realidades, el México imaginario con el México profundo, el México que intenta proteger Francisco Toledo y el México que intenta oscurecer la fauna política. Quizás nosotros estemos más preparados biológicamente que otro pueblo para soportar ese nivel de delirio.
–Pareciera ser que en estos momentos la belleza mexicana será agónica, terminal, o no será...
–Quizás lo que tenemos ahora es un miedo a la muerte más grande que nunca. No creo en esa visión europea de que a los mexicanos la muerte nos venga “guangua” o que aquí brote esa visión de Posada de la muerte domesticada. Creo que tenemos incluso más miedo a la muerte que el europeo, pero que la intentamos sublimar volviéndola graciosa para no enfrentarnos a ella. Los miles de muertos nos han vuelto una sociedad enferma.
–Frente a la salida de un libro, ¿te interesa la crítica?
–Me interesa cada vez menos; uno va graduando su utopía y lo que más me preocupa es emitir mi mensaje, pensando en que en algún momento no lo podré hacer por distintas razones, un bloqueo de escritura, mi propia muerte, no sé. La crítica es una pasión inútil, porque reúne muchas variables que uno no controla. Entrego ahora un retrato más ampliado de mí, para llegar a un límite como artista. No puedo entregar de manera más fugaz, mi literatura es de un yo dolido, mermado, que saca la cabeza para pedirle al pelotón que nos ayudemos entre todos. Como si estuviéramos en un juicio y tuviéramos que salir a pedir ayuda a los demás para salir adelante. Sayonara me interesa en la medida que me permite comunicarme con nuevos lectores. El libro forma parte de una colección donde participan poetas mucho más jóvenes que yo como Sisí Rodríguez Mendoza, Pávido Návido, Paola Llamas y cuando me invitó Fausto Alzatti a formar parte, desde el Festival Verbo, lo vi como una oportunidad de acercarme a nuevos lectores o de acercarme de manera distinta a los lectores de siempre.
–No parece que estuvieras viviendo particularmente un bloqueo de escritura
–Sí, tengo que decir que haberme reinventado este año favoreció el ejercicio de la escritura. Nunca he escrito tanto como ahora, sin perder un ápice de lo que yo había creado como autor, me siento con los músculos hinchados y eso me conmueve.
–¿Qué poema le regalarías a los lectores de SinEmbargo?
–“Sayonara”, que es el último poema: Sayonara oirán los témpanos en su deshielo, lo retratará de soslayo el boinita al lanzar su arte efímero, pero tú te seguirás de largo. Que te quepa desde abrir la mañana y hasta acostarte que Sayonara lo podrá decir el cúmulo de carriolas arrumbadas en el mercado de pulgas, la caspa merodeadora de la publicidad masculinoide, el colorido elástico de algunos con tirantes almidonados pero, cómo que te llamas como te llamas y aún andas rocalloso, que aún repuntas a discreción con el soplido de las gaitas, escuchadlo de pie, por piedad de ti, tú seguirás de frente, oídos sordos, como si te hablara la Virgen tras su gran desvelamiento en el Cerro de la estrella... Es un poema largo, es un canto, es un himno como los que suelo escribir, implorando para que no nos digamos adiós. Quizás tienes razón cuando dices que quizás estemos viviendo un momento de oro de la poesía mexicana donde uno se asume como un autor de placeres efímeros. Como si uno hiciera pequeñas supernovas de fácil alimentación. No nos vamos a dejar vencer, quizás eso es lo que quiero decir en ese poema, creando una carcasa para guarecernos de esa lluvia de muerte que cae sobre nuestro país.
•Hay tres libros de Antonio Calera-Grobet, autografiados, para los primeros tres lectores que escriban a