XXXVI CERTAMEN DE POESÍA "BLAS INFANTE"

En recuerdo de Ávila Jiménez

Fuente: http://www.paginasiete.bo/opinion/2015/7/25/recuerdo-avila-jimenez-64290.html

El año 1998, cuando se cumplían cien años del nacimiento de Antonio Ávila Jiménez, intenté escribir un comentario crítico sobre su poesía. He recordado esto al buscar en archivos pasados algo escrito al respecto de su vida y obra, ahora que se cumple otro año relacionado con este importante poeta nacional, en mi opinión no suficientemente valorado por la crítica especializada. Porque este 2015 se cumplen 50 años de su muerte, ocurrida en 1965 en la Casa del poeta, sita en Poto Poto (actualmente Miraflores), adonde se había trasladado en 1958, creo que con su mujer, la celebrada Hilda Mundy.

Ese texto estaba escrito en una forma retórica y altamente pretenciosa, así que no lo publiqué. Y entretanto la poesía ha dejado de interesarme de esa manera sistemática y un tanto académica. Por lo cual prefiero citar a Aquiles Nazoa, escritor venezolano que por esos años se ocupó de la literatura boliviana en un libro olvidado (Diez poetas bolivianos contemporáneos, editorial Buriball, 1965): "Poeta de los hondos atardeceres, de la bruma y de las voces apagadas, Ávila aparece en el posmodernismo boliviano como el último transeúnte por un paisaje crepuscular.
Cultivador de un simbolismo asordinado a lo Maeterlinck, el suyo es un arte de sugestiones y de resonancias, de atmósferas, más que de imágenes, como si mejor que expresar las cosas, preocupara al poeta captar su elusivo fantasma. Con un recato expresivo que llega hasta proscribir el uso de mayúsculas, el simbolismo de Ávila aporta así a la poesía de Bolivia una experiencia semejante a la de Eguren en Perú; sólo que el maestro de la danza de las Figuras, era como el alucinado habitante de un mundo de colores, en tanto que Ávila parece divagar en el de los recónditos sonidos y vagas melodías. Para esa fina sensibilidad no había fondo tan apropiado como los paisajes de Bélgica y Holanda, hace años visitados por el poeta. Después de su regreso a Bolivia, Ávila ha publicado tres libros que evocan el clima patinado y brumoso de aquellas altitudes” (p. 46).
Por su parte, el tata Quirós lo relacionó, en La raíz y las hojas (1956), acaso también acertadamente, con Mallarmé, poeta que he leído algo, y con Albert Samain, poeta que no he leído en absoluto.
Como al parecer no es muy conocido por las nuevas generaciones de bardos, hago una pequeña recensión de la trayectoria de Ávila Jiménez como lírico, para terminar copiando uno de los estupendos poemas en los que mejor se puede apreciar la extraña poética que cultivó (como dijo el propio escritor, articulando "la palabra monótona y secreta/que repite el silencio...”).
La recensión:
En 1939 publicó Cronos, el primero de los tres libros de poemas que hizo. En 1942, Signo, con dibujos de Luis Luksic, otro de los vanguardistas interesantes que modernizaron la poesía boliviana esos años (el tercero es Guillermo Viscarra Fabre, aunque no sé por qué los interesados en la literatura nacional siempre terminamos haciendo tríadas poéticas). En 1950, Las almas.
En 1957, la Alcaldía paceña publicó una antología de sus poemas en la serie titulada Cuadernos quincenales de poesía (Nº 5) que dirigía en el periodo revolucionario Jacobo Libermann (el libro también está ilustrado por Luksic).
Finalmente, en 1988 salió de prensa la obra completa, bajo la responsabilidad de Guido Orías, director de publicaciones de la Alcaldía cuando el alcalde era Raúl Salmón. Como Orías era amigo de Jaime Saenz, pone como prólogo el ensayito particular que éste dedicara a Ávila, y que también se puede leer en Vidas y muertes. Este libro tiene además la virtud de incluir poemas que no forman parte de los tres poemarios mencionados, recopilados de revistas o periódicos de la época, con buenas notas informativas.
En cuanto al poema, se llama Treno, y lo copio con la aclaración de que nadie, y menos yo, entendió por qué Ávila se negó sistemáticamente a usar las mayúsculas. Dice así:
"ni música, ni flores, /ni la pena fragante/de una noche de lluvia, /ni esa armonía triste/que vibra entre las cosas, /ni lamentos lejanos que vienen/con el canto de los gallos... /ni el brillo de esa lágrima, que -rocío postrero- floreció su mejilla... /nada podrá dar nombre a este cuerpo sin nombre...”.

Wálter I. Vargas
es ensayista y crítico literario.