Ramón Prieto y Romero fue una figura importante de la vanguardia española que pudo haber ganado el polémico Premio Nacional de Poesía de 1925 que se llevaron Alberti y Gerardo Diego. Ahora su familia ha recuperado su obra
Hace cien años cambió la historia de la poesía española. Sucedió en junio de 1925 con el Premio Nacional de Literatura que se entregaba a las categorías de Poesía, Crítica y Teatro. Era el más importante, el que te colocaba en el gran escalafón literario y los poetas, que los había muchos y muy buenos en los años veinte, se mataban casi literalmente por ganarlo. Además, eran 4.000 pesetas que no estaban nada mal. El jurado de aquel año lo componían los prebostes Antonio Machado, José Moreno Villa, Ramón Menéndez Pidal, Carlos Arniches y Gabriel Maura y a él se presentaron jóvenes desconocidos como Rafael Alberti, Gerardo Diego y Ramón Prieto y Romero. El resultado hoy lo sabemos: en poesía se lo llevaron Alberti con Marinero en tierra y Diego con Versos humanos, que ocupó el premio de teatro que se dejó desierto. Prieto y Romero, ultraísta, vanguardista de primera fila… se quedó fuera. Pocos días después, no obstante, comenzaron a aparecer algunos artículos en medios como El Heraldo de Madrid que hablaban de que ahí había habido tongo.
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Que los galardones a Alberti y Diego estaban dados de antemano. Que tenían ligazones (siempre ha salido bien tener buenos contactos) con el jurado, mientras que otros, como Prieto y Romero, eran más marginales, sin relación con el poder literario de Madrid. “¡Ha sido un escándalo!”, escribió Vicente Sánchez-Ocaña, periodista cultural de El Heraldo y que tenía buena información. Es decir, nada que no ocurra también cien años después. "¡Ha sido un escándalo!", escribió Vicente Sánchez-Ocaña, periodista cultural. Nada que no ocurra también cien años después Y, como sucede también casi siempre, aquello no solo se diluyó sino que Alberti, Diego y lo que después sería la famosa Generación del 27 acabaron convirtiéndose en la gran hegemónica de la poesía española que ha llegado incluso a nuestros días. Todo lo que sobrevolaba en los márgenes, los grupos de poetas más bohemios, más modernos, más rompedores, más antisistema y mucho menos ligados a la burguesía y a la universidad, como Prieto y Romero, fueron completamente olvidados. Esto lo cuenta hoy a El Confidencial Andrew A. Anderson, profesor de literatura española en Oxford y enamorado de los versos de Lorca desde que leyó Romance sonámbulo -ese maravilloso “verde que te quiero verde”- a raíz de un estupendo hallazgo: aquellos poemas que Prieto y Romero presentó al premio y que estaban en cajones guardados por parte de la familia. Llevaban décadas rezumando polvo y olvido hasta que hace unos meses aparecieron en una mudanza. Uno de sus bisnietos, Antonio González, periodista y aficionado a la poesía, los leyó y observó que podían tener valor. Comenzó a indagar más sobre aquel bisabuelo que, aunque siempre se había sabido que había escrito poemas y que tenía sensibilidad artística -aunque trabajó en una oficina que le desazonaba cada día, como se ha sabido después por textos que escribió-, no se sabía hasta qué punto había estado implicado en la bohemia madrileña de los años diez y veinte del siglo pasado. Y la sorpresa es que no es que estuviera implicado, sino que fue uno de sus baluartes.
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La bohemia madrileña
“Durante años, su nombre aparecía esporádicamente en algunas publicaciones menores, pero siempre desde una posición marginal. Cuando comencé a investigar más profundamente su vida y obra, descubrí que, pese a esa relativa invisibilidad, había mantenido un contacto constante con el círculo vanguardista del momento. Algunos poemas suyos ya habían llegado a mis manos anteriormente sin que supiera reconocer su importancia, pues eran textos aislados, sin contexto”, comenta Anderson, con quien González se puso en contacto para valorar con mayor profundidad los poemas. El trabajo dio como fruto que fueran publicados y que hoy se puedan leer en el libro Alas, publicado por la editorial La Palma. El libro, además, no solo cuenta con los poemas sino que también es un retrato fantástico sobre aquellos años de la bohemia madrileña, las tertulias de los cafés literarios como el Colonial, donde iban los ultraístas y más vanguardistas, o el Pombo, de Ramón Gómez de la Serna, o el Varela, o el Mercantil o el Olivares, y las pullas que había entre ellos. Y también cómo esa generación del 27 se fue haciendo con la primacía literaria en nuestro país con el premio nacional de literatura “amañado” y con sus contactos con los próceres culturetas del momento.
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Prieto y Romero, que había nacido en una familia relativamente bien en 1889 -tenían una empresa maderera- en el barrio de Chamberí -y siempre vivió por esa zona de Santa Engracia y García de Paredes-, pronto dijo que no quería saber nada del negocio familiar y que quería dedicarse a la poesía. Ya en los años diez, en la veintena, empezó a frecuentar aquellos cafés y tabernas donde se juntaban también los primeros vanguardistas, los que querían llevar la poesía más allá. Así fue como conoció a poetas como Emilio Carrere, Heliodoro Puche y otros tantos hoy olvidadísimos, pero que aquellos años publicaban en prensa y formaban parte del coloquio cultural madrileño. Eso sí, Prieto y Romero lo tenía que combinar con un trabajo tedioso en una oficina, ya que también debía llevar dinero a casa para su mujer y sus hijos (llegaron a tener seis). El joven bohemio era un puro letraherido y enseguida conoció a Rafael Cansinos Assens, que frecuentaba el café Colonial y que era el gran abanderado de la vanguardia poética, los que querían ir más allá del modernismo de Rubén Darío innovando con lo que se llamaba el creacionismo (esa poesía super visual, que no atiende a estructuras tradicionales). Prieto y Romero revoloteaba por allí aunque su gran deslumbramiento, como el de muchos jóvenes de entonces, fue el chileno Vicente Huidobro cuando vino a Madrid en 1918 ya que, a instancias de Cansinos Assens se firmaría el Manifiesto Ultraísta (lo más nuevo que se pueda hacer) por un grupo de poetas que hoy también con excepción quizá de algún nombre como Guillermo de Torre (y porque se casó con la hermana de Borges) apenas nadie recuerda. Pero aquello sí que fue la ultra modernidad juvenil. Ahí sí que nació una gran Movida madrileña.
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El Madrid de Huidobro
“Sí, todo cambió radicalmente con la llegada a Madrid del poeta Vicente Huidobro en el verano de 1918. Huidobro, instalado en un piso de la Plaza de Oriente gracias al apoyo de Cansinos Assens, atrajo rápidamente a un grupo de jóvenes escritores entre los cuales se encontraba Prieto. Estas reuniones, poco comunes por realizarse en casa y no en cafés, tuvieron un fuerte impacto en él. En realidad, todos se quedaron alucinados”, comenta Anderson que revela que Prieto y Romero se convirtió en uno de sus alumnos más avanzados y conformaron una amistad que duraría toda la vida, según las cartas que se han recuperado también ahora y que se incluyen en el libro.
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“Durante un par de años experimentó intensamente con técnicas vanguardistas: estructuras tipográficas innovadoras, imágenes atrevidas y un estilo rupturista que intentaba reflejar las ideas revolucionarias de su mentor”, manifiesta este profesor que insiste en que los poetas de este grupo “no se veían como simples escritores, sino como una especie de comando —casi una hermandad— con una misión: ver más allá, elevar, abrir horizontes, sin perder la claridad ni la raíz de lo cotidiano”. Fueron los años -entre 1918 y 1925- en los que más creció la poesía de Prieto y Romero y cuando más presencia tuvieron los poetas vanguardistas. Además, este joven bohemio, a pesar de que le costaba publicar (tampoco era fácil para nadie) su obra en la prensa, fue evolucionando hacia una poesía más personal y más propia a la cual Anderson da mucho valor y es la que podemos leer en Alas y donde se observa “su deseo de remontar la realidad inmediata, de superarla o sublimarla, especialmente en el contexto social y político de la época que vivió. Prieto y otros como él parecían verse a sí mismos como emisarios de una sensibilidad más alta, que aspiraba a ofrecer una visión transformadora a una sociedad limitada por su propio lenguaje y mirada. En ese sentido, hay una voluntad clara de despojar a la poesía de su elitismo”. Pese a ello, “nunca logró el reconocimiento amplio que quizás merecía, quedando siempre como una figura de valor oculto dentro del panorama cultural español”, se lamenta Anderson.
Los golpes de la vida
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Ese mundo de poesía, tabernas, cafés y tertulias - Prieto no estaba demasiado politizado, y era más bien un ácrata- empezaría a perder su fulgor para este poeta debido a dos grandes golpes personales. Uno de ellos fue la muerte de su hijo mayor, Francisco, que fue atropellado por un coche en la calle de Santa Engracia que se dirigía al estadio de Chamartín para ver un partido de fútbol. Sucedió mientras preparaba el poemario que presentaría al concurso del premio nacional y a él está dedicado. Y no muchos meses después llegaría ese premio en el que, según admite Anderson, había puesto grandes esperanzas. Pero igual no contaba con esas fuerzas que siempre presionan por las corrientes profundas… y en este caso era ese grupo de jóvenes burgueses que venían pisando fuerte entre los que tienen poder de decisión. Ahí estaba no solo Alberti sino también Gerardo Diego que nada más bajar desde su Santander natal, aunque se había codeado mucho con los vanguardistas, se movía bien por el café Pombo de Gómez de la Serna, se empezó a relacionar con Machado, con Juan Ramón Jiménez y con José María de Cossío, entre otros.
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Con la implosión del 27, que lo inundó todo, los ultraístas, el grupo más vanguardista de Madrid fue diluyéndose Así, con la implosión del 27, que lo inundó todo, los ultraístas, el grupo más vanguardista de Madrid fue diluyéndose, y sus satélites como Prieto desapareciendo de la escena.”Cansinos es una figura muy enigmática para mí. Lo cierto es que organizó el grupo y casi lo lanzó, pero luego se retiró. A partir de ahí, empezaron a surgir divisiones internas y el grupo se fue disolviendo. Muchos tuvieron que adaptarse a la vida y dedicarse a sus empleos o a sus familias, y pocos realmente mantuvieron una carrera literaria”, comenta Anderson. El profesor también ha estudiado bien a los del 27 y hace ya un par de décadas publicó el libro El Veintisiete en tela de juicio en el que trataba de averiguar quién había creado esa etiqueta, ya que nadie sabía de dónde venía. “Resultó que apareció por primera vez en 1955 en un manual de literatura publicado en Cuba. Antes nadie hablaba de una 'generación'. Fue mucho después, cuando los críticos comenzaron a fijarse en la figura de Góngora, que surgió el concepto de 'Generación del 27'. En realidad, se impuso una norma, un modelo, una estructura semántica. En mi libro, también traté de investigar cómo la Generación del 27 logró llegar a dominar”. "En artículos de Gerardo Diego se les atacaba duramente, llegando a calificar a los surrealistas de vagos, diciendo que no valían nada" Y lo hicieron de la manera que se hace siempre: ninguneando a los otros. “El ninguneo más efectivo, al final, es no mencionar ni siquiera el nombre. En artículos de Gerardo Diego, por ejemplo, se les atacaba duramente, llegando a calificar a los surrealistas de vagos, diciendo que no valían nada. A partir de esa primera antología que él publicó en 1932 comenzó a estructurarse lo que más tarde se conocería como el canon. Y se empezó a consolidar esa visión de la poesía de la postguerra, mucho más completa, que dejó fuera a muchas otras voces valiosas”, manifiesta Anderson.
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Alcohol y mendicidad
¿Y qué pasó con Prieto y Romero después del premio que no ganó y el hijo que se le murió? Una caída sin frenos al abismo del alcohol y la soledad. Durante un tiempo siguió publicando en prensa y escribiendo para sí mismo, pero ya no era igual. De hecho, su dependencia del alcohol le llevó a que fuera hasta expulsado de alguno de los cafés a los que acudía antes. Cada vez, además, acudía con menor frecuencia a la casa familiar a ver a sus hijos -aunque el trato que se recuerda es que era bueno- y dormía fuera a saber dónde. La bohemia se había acabado o algo más triste: le había mostrado su peor cara.
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Su muerte, con este deslizamiento atroz hacia los infiernos, le llegó pronto, el 9 de diciembre de 1933, a los 43 años de edad, pocos días antes de cumplir los 44. Su familia hasta hace unos meses no sabía bien qué había ocurrido. Su bisnieto Antonio lo descubrió gracias a un funcionario del Registro Civil a quien le pidió información y este la buscó incluso en papeles que no estaban digitalizados. Ramón Prieto y Romero, bohemio y libertario, poeta vanguardista que pudo llegar a brillar y que se rodeó de los literatos más potentes de la época, murió de una miocarditis en el Parque de Mendigos de Arganzuela, una institución a la que solo acudían los que ya no tenían nada y que tenía unas condiciones insalubres. En el certificado de defunción figuraba su profesión: mendigo.
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Por Paula Corroto