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Álvaro Pombo y Ángel Antonio Herrera recibieron en octubre los premios de la Crítica de Madrid de novela y poesía, respectivamente.
A espaldas del paraíso aprendí
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que más que el amor dura olvidarlo…».«…sin duda el mar odia hoy, como tú, conmigo,
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los marchitos domingos y los columpios pares»
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A. A. Herrera
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Esto es una reseña –una acción indispensable, pues, pero fallida– de 'Los Espejos Nocturnos. Poesía reunida. 1984-2014. Glosa visual José Manuel Ciria. Ed. Akal 2023.
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El primer texto citado arriba es muy triste. El segundo es muy divertido. Puedo empezar con la exégesis de este segundo verso acerca del domingo con unas cuantas citas antidominicales: «Hay una conspiración de domingos». «Hay un primer espejo sin nosotros». «Hay una última oscuridad de amantes». «Por cumplido me daría, y por feliz acaso, si mañana entendiera que le hemos averiguado algún remedio al cruel domingo, que queda media luna todavía para el apego siguiente…». «Aquí equivoco una euforia de himnos con la febrícula segura de la nada del domingo». «El miedo a que para siempre sea domingo». «Conocemos todos los medios de incendiar un domingo / pero a menudo no arde lo que se odia». «Que no nos llegara al beso algún hartazgo / y que tuviera brusco antídoto el desconsuelo / y también la norma y la mansedumbre y el domingo». ¿Qué nos recuerda todo este domingo dominguero? Nos recuerda a otro gran poeta antidomingo –Rubén Darío–: «Era otoño y vuelvo de un Versalles doliente / era domingo y erraba vulgar gente / toda exégesis en este caso omito». Yo, en cambio, voy a permitirme una breve exégesis: el domingo es, en la tradición cristiana, el día del Señor. Así tenemos el texto de José María Valverde: 'Los versos del domingo'. Pero el domingo es también un día de masificaciones, de masas tediosas, de normatividades y mansedumbres. Ir a misa, ir al fútbol, ir al centro. El comentario de Herrera es muy breve: «Ya di su adiós a lo que nace, todavía / ya brindé por la nada que me queda».
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Se pregunta Herrera: «¿De dónde le conoce a un hombre el amor, de dónde me llegan a mí los jóvenes peligros de la pasión, di o decidme, Habana de la incógnita, despiertos cálices de la emboscada?».
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¿Qué tiene toda esta poesía reunida, considerada en conjunto, que me resulta fascinante? El ritmo. Me ha llevado unas diez horas, en dos días, leerlo de un tirón. Dice lo mismo Antonio Lucas en su prólogo: «El ritmo es parte del sentido y de la fuerza y de la elevación y el zarandeo. Y Ángel Antonio Herrera está en la galaxia de los que saben que el poema es irremediablemente ritmo». Se trata, por supuesto, de la prosodia aquí, de la elocuencia, del 'motus animi continuus', de Horacio. Se trata de una excelsa virtud de los poetas clásicos como es A. A. Herrera. Pero también es una virtud jovencísima. Es el ritmo del amor, de los cuerpos amados, del deseo amoroso. ¿Está hablando Herrera de amor en este libro? ¿O se trata sólo de un poliamor inconsecuente? ¿Podemos llamar frívolo –no obstante su absoluta elocuencia– a un poeta que escribe: «Creo en la desgracia de no amar en dos ciudades a un tiempo / milito incluso en la desgracia de no poder olvidar a la mujer / que en cada ciudad pudo amarnos?». No hay ninguna frivolidad en los espejos nocturnos. Repárese en que «donde las mulatas, previas al demonio, danzan el guaguancó de su hermosura y nosotros apuramos las noches de ayer y las noches de mañana en una misma quemante copa», no hay frivolidad ninguna. Hay deseo, en sentido cernudiano. Dios mismo es el deseante deseado. Don Antonio Machado escribió: «Todo amor es fantasía. No importa nada en el amor que la amada no haya existido jamás». Pero en este texto particular, ¿tiene don Antonio razón del todo? Yo creo que no. Y también lo cree así, a mi parecer, Ángel Antonio Herrera. Y otro texto, este de Luis Cernuda: «Bien sé yo que esta imagen fija siempre en la mente / no eres tú, sino sombra del amor que en mí existe». Herrera nos pone en el trance de decidir algo trascendental para nuestra vida. ¿Existe lo amado en sí mismo en el amor por sí solo? O, más bien, ¿existe sólo el amor en la trans-subjetividad? Gabriel Marcel decía que no le preocupaba su propia muerte, sino la muerte de quienes amaba. A tenor de esto existen los amados. Las bienaventuranzas del amante son los amados, las amadas. Pero las bienaventuranzas son también implosiones, desastres, altas cimas. Ahí quiere Ángel Antonio Herrera que nos situemos para entender su libro, para entenderle a él mismo, para admirar la majestad de su prosodia, la nobleza de sus poemas de amor.
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Por Álvaro Pombo