El cumpleaños del perro / Jaime Sabines, enésima visita

Fuente: https://oem.com.mx/elsoldetampico/analisis/jaime-sabines-enesima-visita-22187579

Una vez le preguntaron a Jaime Sabines si la poesía le había servido de algo, a lo cual respondió que no lo creía, pero que a él, al menos, le había sido útil para no volverse loco.


¿Sirve de algo la poesía? La poesía no da belleza, la descubre; no propone mundos rosas, nos dice que al mundo le hace falta un poco de rosa.
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La poesía es el insomnio de la literatura. En un verso cabe toda la luz de nuestros deseos y también cabe todo el mar de nuestros miedos.
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Jaime Sabines advirtió que lo momentáneo cabe en una canción, en un verso, en la rutina diaria del vivir.
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Los poemas de Sabines tienen monotonía, sudores, sensación de pecado, hálito de Dios y el diablo.
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Sabines sienta al Amor en sus rodillas y le canta, lo estruja, lo acaricia, lo maldice y nos los devuelve en versos llenos de nosotros mismos. Por eso tal vez, la poesía de Sabines nos sea tan familiar, tan cercana porque formamos, junto con él, una cofradía de derrotados.
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Al escudriñar en los abismos del alma humana mediante la creación literaria, el poeta conoce los recovecos que conforman al hombre y, por lo tanto, asimila sus incongruencias. Así, de esta manera, el poeta –y el intelectual en sí- se hace de armas morales para entender a sus semejantes y construir contra el poder el más inestimable de los muros: la libertad.
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Antes que otra cosa, el poeta aboga por la libertad del hombre y a través de su obra hace la obra en sí y la crítica del mundo que le tocó vivir. Y así lo hizo el poeta Jaime Sabines, quien nació el 26 de marzo de 1926 en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
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Jaime Sabines murió el 19 de marzo de 1999. Cuando muere un poeta se deja de deletrear al mundo. El silencio es el alquimista de la soledad, pero también es el material del poeta. En el silencio, el poeta crea y destruye. Crea cuando le pone nombre a los sentimientos; destruye al quitar de en medio -aunque sea por un momento- la palabra muerte.
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La muerte es un acto relativo y elíptico. Sabines nos recuerda que la muerte está con nosotros desde que nacemos y no hay que temerle; es más, nos sugiere un arma letal contra ella: la belleza.
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Un poeta quizá sea un mago porque transforma lo inútil del abecedario en música e idea, en mural y en ola que golpea la vista, el oído, el pecho de los hombres y mujeres que se sienten conectados con las palabras guapas que brotan de un poema. Y aquí, la acepción “guapas” es de un filo ambiguo: de su origen latino, “vappa”: que vilipendia.
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El poema es la arquitectura de un alma solitaria que busca a otras almas solitarias. Acaso esta noche sea una noche de almas solitarias.
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La poesía es un acto de solitarios en el multitudinario estupor de los días que transcurren en los mercados, en las escuelas, en las oficinas, en los flujos financieros. Aunque Jaime Sabines nos lo dijo en sus muchas palabras bellas (no guapas) y sabias: la misión del hombre en esta vida es darse a los otros.
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La poesía de Jaime Sabines es transparente y densa. Es de humo, de cristal, de espinas y de metal. Sabe a rutina y a desamor. Tiene alas y pies de barro. Huele a piel, a relámpago.
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El poeta Jaime Sabines nos dijo en sus versos que el instante tiene la eternidad de un amor, de un adiós, de la geografía del diario vivir.
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Una vez el poeta Héctor Carreto, en un taller que ofreció en el IRBA de Tampico allá por los noventa, me dijo que alguien que coge una pluma tiene un compromiso social y que debe rebelarse contra la injusticia. Pudiera ser aunque lo importante para un escritor es el idioma mismo, el compromiso es con su patria grande: la lengua materna.
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Al cultivar y, por qué no, al impulsar el lenguaje desde la escritura (la obra en sí), el escritor acoge dos inquilinos espirituales de enorme valía: la conciencia social y el poder moral ante los poderosos vía al arma que proporciona el lenguaje.
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Al escudriñar en los abismos del alma humana mediante la creación literaria, el escritor conoce los recovecos que conforman al hombre y, por lo tanto, asimila sus incongruencias. Así, de esta manera, el escritor –y el intelectual en sí- se hace de armas morales para entender a sus semejantes y construir contra el poder el más inestimable de los muros: la libertad.
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Antes que otra cosa, el escritor aboga por la libertad del hombre y a través de su obra hace la obra en sí y la crítica del mundo que le tocó vivir.
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Poeta admirado y de perfil bajo, lo cierto es que desde su primer libro “Horal”, en 1949, gozó de la aceptación de la crítica y de lectores rayanos en la veneración. Octavio Paz (Premio Nobel de Literatura) fue uno de sus admirados y de quien escribió en más de una ocasión: “Sus poemas me hacen pensar en Gottfried Benn: en sus saltos y caídas, en sus violentas y apasionadas relaciones con el lenguaje (verdugo enamorado de su víctima, golpea las palabras y ellas le desgarran el pecho), en su realismo de hospital y burdel, en su fantasía genésica, en sus momentos pedestres, en sus momentos de iluminación. Su humor es una lluvia de bofetadas, su risa termina en un aullido, su cólera es amorosa y su ternura, colérica…Sabines es uno de los mejores poetas contemporáneos de nuestra lengua, uno que traza con su escritura mapas pasionales, signos de los cuatro elementos, jeroglíficos de la sangre, la bilis, el semen, el sudor, las lágrimas y los otros líquidos y substancias con que el hombre dibuja su muerte –o con los que la muerte dibuja nuestra imagen de hombres”.
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Otro de nuestros poetas mayores, José Emilio Pacheco, se refirió a Jaime Sabines como: “uno de los escasos poetas mexicanos que verdaderamente ha hecho una obra: un impresionante “Recuento” y, digamos, cinco poemas (no necesariamente los mismos para cada lector) que están entre los grandes de su lengua y de su siglo”. Y razón no le faltaba al gran JEP puesto que poemas como “Los amorosos”, “Tía Chofi”, “No es que muera de amor…”,”Lento, amargo animal…”, “Yo no lo sé de cierto”, por citas algunos solamente, están en el curioso e inaprensible repertorio popular de todas las generaciones.
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Sabines fue un rapsoda que tocó almas, sus versos adquirieron hospedaje inmediato en los miles de lectores que sentían que las líneas emanadas de la pluma del chiapaneco habrían sido escritas para ellos.
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De Jaime Sabines nos quedan sus libros, su voz grabada, su presencia infinita. Un poeta como él le hace falta siempre al mundo; siempre, siempre, siempre…
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Por Juan José González Mejía