La mudable identidad de la escritura despliega en las páginas de El Alambique un espacio habitable. Dirigida por Agustín Porras, impulsor en los años noventa de la inolvidable Poesía, por ejemplo y estudioso de Gustavo Adolfo Bécquer, la publicación tiene una periodicidad semestral y se estructura en secciones que abarcan las bifurcaciones escriturales.
Tras los párrafos de bienvenida del director, el número amanece con una compilación de poemas inéditos de trece contemporáneos, una mínima representación de la convivencia entre estéticas.
El ensayo breve "La poesía española durante el franquismo", firmado por el poeta y crítico Amador Palacios, desarrolla en clave didáctica la pautada evolución del discurso poético, desde las postrimerías de la guerra civil hasta el ocaso de la dictadura. Un largo periodo de censura y mordaza que tuvo un palpable reflejo en hornadas, grupos e individualidades. Son los años del conformismo de Garcilaso y de la voz comprometida de Espadaña, por sintetizar dos posturas que están en la historiografía. Entre la conformidad y el espíritu crítico se fueron dando relevos los poetas de la autarquía, el realismo social y la generación novísima. Así lo señala Amador Palacios, quien también se asoma a la periferia de nombres secundarios, para subrayar la continua estela abierta por la lírica en tiempos de indigencia.
Pocos géneros literarios han conseguido un asentamiento tan rápido y un cultivo en serie como el aforismo. Es el resultado de su adecuación a un tiempo globalizado y tecnológico, que requiere contados signos para dejar sobre la mesa una filosofía vital, doméstica y concisa, con el engranaje exacto de un artilugio mecánico. Pero el aforismo no es flor de un día. Y ahí están los nombres clásicos, como Rivarol, que aporta textos aforísticos traducidos por Luis Valdesueiro, también practicante y excelente conocedor de las cualidades básicas de esta brevería. Un impulsor del género en el ahora es el jerezano José Mateos, quien traslada la proverbial delicadez de su poesía y su fuerza elegíaca a las estanterías del aforismo.
En años digitales, que ponen en red con espacios lingüísticos distantes, nos parece un acierto incluir en este número de El Alambique a dos poetas argentinos de obra amplia y escasa difusión en nuestro ámbito, Esteban Moore y Luis Benítez. La mirada hacia el mundo exterior se completa con traducciones de tres poetas versionadas al castellano: Sholen Wolpé, Subhro Bandopadhyay y Lyn Coffin.
En el cuerpo central de la revista conviven asuntos de varia intención, entre los que sobresale el aporte anecdótico que Ángel Guinda relata sobre Leopoldo María Panero, miembro de número de la poesía maldita y relevante espejo de la heterodoxia. Junto al recordatorio de Ángel Guinda, hallamos una reflexión de José Luis de la Vega sobre la edición, sus contingencias y el consabido descrédito de los premios literarios (una cuestión que ya aburre, por manoseada y reiterativa). Además, se lee con gusto una muestra poética de Luis Martínez de Merlo. Más dudas me suscita, por mi escasa disposición a los ingeniosos trazos de la poesía visual, la colaboración de Teo Serna (ya digo, tengo poca práctica en el arte de de saber mirar, incluso en tiempos de crisis).
Todas las secciones integran la colaboración del artista Ignacio Fortún (Zaragoza, 1959). El pintor autodidacta cierra el número con una breve mirada sobre sus temas y creaciones, casi siempre inspiradas en los contraluces y contradicciones de la realidad. En sus cuadros, el epitelio figurativo cobija una meditada geografía emocional, nubes de significado en las zonas umbrías de paisajes estáticos.
El Alambique sigue senda a buen paso entre las publicaciones en papel. Sus apartados abren la puerta del hoy para dar vida a una poblada calle de transeúntes literarios, de voces que muestran el azaroso viaje exploratorio por la literatura.
Publicado por JOSÉ LUIS MORANTE