XXXVI CERTAMEN DE POESÍA "BLAS INFANTE"

Anne Sexton, la poeta sin tabúes

Fuente: https://www.elperiodico.com/es/abril/20241004/anne-sexton-poeta-poemas-muerte-suicidio-aniversario-108826293

Al cumplirse 50 años de su suicidio, es momento de repasar su vida y su obra, un binomio de difícil encaje que la convirtió en una de las voces más influyentes, y escuchadas, de la poesía estadounidense de la segunda mitad del siglo XX.


Era media tarde, 4 de octubre de 1974. El sol apenas brillaba ya en Weston (Massachusetts). Anne Sexton se había mudado, con su familia, su marido y sus dos hijas, a esa localidad cercana a Boston diez años atrás. Llevaba una semana sin escribir. El 27 de septiembre fechó 'Carta de amor escrita en un edificio en llamas', un poema dirigido a su "queridísimo Foxxy" que contenía unos versos premonitorios: "Me he puesto una máscara para escribir mis últimas palabras / y son sólo para ti, y las meteré / en la nevera reservada para el vodka y los tomates, / y quizá así perduren".
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Aquel día, 4 de octubre, media tarde, la poeta estaba sola en casa. Despacio, con una lentitud ceremonial, decidida, entró en el garaje y cerró la puerta. Se metió en el coche, y encendió el motor. Horas después, encontraron su cuerpo sin vida. La muerte, a la que tantas veces había convocado en su obra, llegó, inexorable, a su vida. "Pudo ser un suicidio o debido a causas naturales", dijo a la prensa el teniente Lawrence Cugini, encargado del caso. Tras la autopsia, el doctor Peter Angelo determinó que Sexton falleció "envenenada por inhalación de dióxido de carbono"..
Entre los hechos, fríos, distantes, ajenos, descritos en los periódicos de la época, como uno más de los muchos sucesos que tuvieron lugar entonces, no aparece la escena, íntima, dolorosa, reveladora, que la misma noche de la muerte de la poeta protagonizó su hija mayor, Linda. Una vez el cadáver de su madre fue trasladado, ella, rota y aun así entera, trató de seguir su rastro, en casa, en sus cosas, en los lugares que habitaba. Abrió su cartera y encontró un recorte de periódico, ya ajado, amarillento por el paso, y el peso, de los años.
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Nada más comenzar a leerlo, "Sería difícil encontrar a un escritor que se detenga más insistentemente en los aspectos patéticos y repugnantes de la experiencia corporal", Linda supo lo que era: la reseña que, el 28 de abril de 1963, el crítico James Dickey escribió, en el 'New York Times', sobre 'Todos mis seres queridos', el segundo libro de Sexton, uno de cuyos poemas se titulaba 'El aborto'. La autora, que murió siendo considerada una de las voces más influyentes de la poesía estadounidense de la segunda mitad del siglo XX, llevaba más de una década guardando aquellas palabras, que no lastraron su carrera, pero sí hicieron tambalear, por momentos, los peores, su delicado equilibrio emocional.
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Lo cuenta, aquel momento, la propia Linda Gray Sexton en 'Buscando Mercy Street' (Navona), unas memorias en las que ambas vidas, que durante años discurrieron en paralelo, como casi todas las relaciones maternofiliales, terminan confluyendo en un trágico final, la muerte de la poeta. El título del libro responde a la "metafórica casa" que Sexton se "pasó toda su vida buscando", y que "denominaba Mercy Street", en palabras de su hija. Un hogar que no consiguió encontrar durante su infancia, que ella recordaba, según Linda, "como un periodo marcado por incidentes emocionalmente dolorosos. En su 'gran casa con cuatro garajes' Mary y Ralph Harvey daban muchas fiestas, bebían copiosamente, y esperaban que sus hijas siguiesen a rajatabla el 'qui-vive', una expresión que significaba que debían estar correctamente vestidas, arregladas y preparadas para recibir visitas en cualquier momento".
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Una infancia dolorosa
Sexton nació el 9 de noviembre de 1928 en Newton (Massachusetts), en una familia acomodada, pero emocionalmente disfuncional. Su relación con sus padres nunca fue fácil, sobre todo con su padre, un importante empresario. En 'Mercy Street', la obra de teatro que estrenó en off-Broadway en 1969, la poeta proyectó una imagen que nunca supo si era recuerdo o fantasía: Ralph, sentado, una noche, en un lado de su cama, con una botella de 'whisky' en la mano, besándola y frotando su mano entre sus piernas.
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En ese ambiente, opresor, castrante (su padre le prohibió entrar en el comedor porque no soportaba su acné juvenil; su madre la sometía a enemas y exploraciones genitales), Sexton encontró refugió en una tía abuela soltera con la que, de niña y adolescente, compartió confidencias. Estudió en un internado y, después de graduarse, acudió al prestigioso Garland Junior College de Boston, en el que estuvo sólo un curso, ya que a los 19 conoció a Alfred 'Kayo' Sexton II, con el que acabó casándose tras fugarse con él.
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En 1953, nació Linda y, dos años después, Joyce. La poeta sufrió depresión posparto, tuvo su primera crisis nerviosa y fue ingresada en un hospital psiquiátrico. Eran sólo los primeros síntomas de una enfermedad mental que, en aquella época, era mal llamada 'histeria', pero cuyo diagnóstico actual, correcto, sería depresión crónica ("maníaca", llega a decir Linda en el libro). "Aunque sólo en nueve ocasiones fue lo suficientemente lejos como para intentar suicidarse, hubo muchas más hospitalizaciones y estuvieron precedidas de señales de alarma: miradas vacías, enredarse el pelo hasta hacerse nudos, llorar sin descanso, desesperación paralizante", recuerda su hija en sus memorias.
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De la terapia a la poesía
Durante ocho años, Sexton estuvo en tratamiento con Martin Orne, un joven psiquiatra que la recomendó que tratase de explicar lo que sentía. Fue así como, un mes después de su primer intento de suicidio, en noviembre de 1956, Sexton empezó a escribir poesía. Una noche, después de haber visto en la televisión un programa presentado por el poeta I. A. Richards sobre la escritura de sonetos, se sentó en la mesa de la cocina y lo hizo, escribió. De este modo lo recordaba ella: "Pensé, bueno, que eso podía hacerlo. Curiosamente, llamé a mi madre para leérselo y ella me sugirió, para una cosa en concreto, una imagen más certera. Otro día escribí otro y se los llevé a mi doctor. Me dijo que eran maravillosos. Seguí escribiendo y escribiendo y se los di todos a él, por el proceso de transferencia, seguí escribiendo porque él les daba el visto bueno".Un mes después de su primer intento de suicidio, en noviembre de 1956, Sexton empezó a escribir poesía por recomendación de su psiquiatra
Un año después de escribir aquel primer poema ("no era muy bueno", reconoció), Sexton se unió a un seminario organizado por el poeta John Holmes al que acudió con una vecina. Eran los primeros bocetos de una obra que siempre llevó asociada la etiqueta de 'confesional', lo que hoy podría traducirse como 'autoficción', un 'género' que, sorprendentemente, en el caso de las mujeres suele conllevar descrédito. Esto reflexiona Adrianne Rich acerca de Sexton en 'Sobre mentiras, secretos y silencios' (1983): "Ella no era en un sentido consciente o por definición propia una feminista, pero se adelantó en algunas cosas al renacimiento del movimiento feminista. Escribió poemas aludiendo al aborto, a la masturbación, a la menopausia y al doloroso amor que una mujer carente de poder sentía por sus hijas, mucho antes de que estos temas fueran convalidados por la conciencia colectiva de las mujeres, y los escribió y publicó bajo la supervisión de las instituciones literarias machistas".Escribió poemas aludiendo al aborto, a la masturbación, a la menopausia, mucho antes de que estos temas fueran convalidados por la conciencia colectiva de las mujeres
Adrienne Rich— 'Sobre mentiras, secretos y silencios'En ese libro, Rich cuenta que, en 1966, le pidió a Sexton que participara en una lectura de poemas que había organizado en la Universidad de Harvard contra la Guerra de Vietnam. "Acudieron algunos famosos poetas y novelistas machos que leyeron poesía del ego. Anne leyó −en una voz suave y vulnerable− 'Pequeñita', 'Mi habichuela', 'Mi mujer encantadora', introduciendo con este último la imagen de la afirmación de una madre a su hija, en contraposición a las imágenes de muerte y violencia lanzadas aquella noche por hombres que jamás habían visto un pueblo bombardeado. Este poema está fechado en 1964, y es un poema feminista. A menudo su pensamiento era patriarcal, pero, en su sangre y en sus huesos, Anne Sexton sabía su condición de mujer", sentencia la también poeta.El triunfo de la verdad
La hija mayor de Sexton recuerda en sus memorias que, aunque su madre "nunca se definió como feminista", cuando ella tenía 14 años le regaló una copia de 'La mística de la feminidad', de Betty Friedan, llena de anotaciones. "Para mi madre, la verdad triunfaba por encima de todo. Tomando eso como punto de partida se atrevió a contar historias sobre sí misma (...), convirtiendo lo que podría haber sido un simple diario en una obra de arte que le reportó unos lectores extremadamente fieles", explica Linda en ese libro.su desequilibrio mental era una enfermedad terminal (...) Aunque nunca hablábamos de ello abiertamente, nuestra conciencia colectiva sabía que mi madre se suicidaría algún día"
Linda Gray Sexton— 'Buscando Mercy Street'Ella y su hermana Joyce crecieron "en una casa en la que escribir sobre uno mismo y sobre tu familia estaba a la orden del día". Una práctica que provocó el enfado de la familia de Sexton, "consternada al encontrarse sus defectos y debilidades tan explícitamente capturados en las páginas" de la carpeta negra en la que guardaba sus poemas. Según Linda, "al escribir el tipo de poesía reveladora que se convertiría en su sello personal, mi madre tomó el control de su enfermedad al menos parte del tiempo y la hizo pública". Si bien, unas páginas después, la hija mayor de la poeta confiesa que "su desequilibrio mental era una enfermedad terminal (...) Aunque nunca hablábamos de ello abiertamente, nuestra conciencia colectiva sabía que mi madre se suicidaría algún día".
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En Boston, durante aquellos años iniciáticos de escritura y poesía, de seminarios y clases, Sexton conoció a Maxine Kumin, Sylvia Plath o Robert Lowell, del que fue discípula. De Kumin, que era tres años mayor que ella, se hizo amiga íntima. Fue ella quien le alentó a escribir, a perseverar, pese a las inseguridades propias de los comienzos, sobre todo de los literarios, quien le dio su aprobación, la que Sexton necesitaba. Al acabar 'La música vuelve a mí', llamó a Kumin por teléfono y le dijo: "No sé si es un poema o no. ¿Puedo ir a tu casa?". En la biografía que escribió de Sexton, Diane Middlebrook relata así la reacción de Kumin tras leerlo: "Se maravilló de que el poema hubiera llegado a Sexton 'casi completo, simplemente ocurrió en la página, y todavía estaba temblando'". Esos versos formaron parte de su primer poemario, 'Al manicomio y casi de vuelta' (1960), al que siguió el ya mencionado 'Todos mis seres queridos' (1962).
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Ya viviendo en Weston, Linda evoca en sus memorias una casa llena de libros apilados por todas partes, montones de papel y borradores, camas sin hacer, platos sucios en el fregadero, ceniceros llenos de colillas. Las peleas entre sus padres, que acabaron divorciándose un año antes de la muerte de la poeta, se agudizaron. "Nadie creería lo que ocurre: él empieza a asfixiarme y yo empiezo a gritar: 'Venga, mátame'. Entonces él comienza a pegarme de verdad y yo me golpeo a mí misma", le contó la poeta al doctor Orne, al que también le dijo que su marido estaba furioso con ella por argumentar que "no sólo escribir poesía, sino estar con poetas era esencial para su bienestar".
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Sexton logró el Premio Pulitzer en 1967 con 'Vive o muere', libro que contiene un poema dedicado a Sylvia Plath, que se había suicidado hacía tres años: "te arrastraste sola / hasta meterte en la muerte que yo ansiaba tanto y desde hace tanto", escribió, en recuerdo de su amiga. Luego llegaron los 'Poemas de amor' (1969); 'Transformaciones', una muy propia versión de los cuentos de los hermanos Grimm con prólogo de Kurt Vonnegut; la citada obra de teatro; 'El libro de la locura' (1972) y 'Los cuadernos de la muerte' (1974), su última obra publicada en vida.
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¡Sí! ¡Sí! ¡Viviremos!". Eso escribió Sexton, en junio de 1974, en el ejemplar de aquel postrero libro que la escritora Erica Jong tenía en su casa. Aquella tarde, la poeta, según recordó la autora en un artículo en el 'New York Times' a los pocos días de su fallecimiento, se sentó en la sala de estar de su amiga y "deleitó a todo el mundo con su humor y su calidez. Me pregunto si parte de su entusiasmo no venía del hecho de que ya había tomado su decisión". La respuesta, quizás, esté en alguno de sus versos, lo mismo que su vida, sin tabúes, pura honestidad.
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Por Inés Martín Rodrigo