Doctor en Filosofía y profesor del colegio Sagrada Familia, Álvaro Cueli es un apasionado investigador de la poesía de Romero Murube, de cuyo nacimiento se cumplen ciento veinte años.
Su tesis 'Flaneur de Andalucía: Correspondencia en la obra poética de Romero Murube' abre una nueva ventana al paisaje lírico del autor de Los Palacios, de quien Álvaro Cueli asegura que tuvo buen trato entre sus paisanos pero que fue «un pez grande para una pecera chica». Eleva a Murube al pódium de los grandes de la generación del 27, sin que le ensombreciera tallas literarias como la de Cernuda, para asegurar rotundo que en 2027 Sevilla no debería conmemorar el centenario de aquella generación literaria, si no la edad de plata de la literatura española. Doctor en Filosofía y profesor dirige un seminario de literatura en la Hispalense. Su rincón favorito es la calle Dos Hermanas, no se lleva con el turismo masivo de la ciudad y espera que la recuperación de la casa en Acetres de Luis Cernuda tenga un final feliz. Su tesis será editada en formato libro por la Universidad sevillana.
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-Me dijeron que su tesis doctoral sobre el autor de 'Pueblo lejano' es muy novedosa. ¿En qué consiste esa novedad?.
-Revela fundamentalmente tres aspectos: el primero el descubrimiento de un poeta paseante, el itinerario poético de su obra y tercero sus diferentes etapas.
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-Su empeño era acercarse al autor y al personaje alejado del estereotipo. ¿Tan tópica es la imagen que tenemos de Murube?
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-En cierta forma, sí. Se le ha leído desde una perspectiva muy local e historicista, demasiado pegado a las costumbres y fiestas de la ciudad.
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-Usted se afana en alejarlo de esa Sevilla y lo hace trascender a una Sevilla universal. ¿Me lo explica?
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-Precisamente en la obra poética de Romero Murube hay signos y símbolos de una Sevilla y una belleza universal. Lo que simboliza su poesía no es nada localista.
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-O sea, que, según su análisis, Murube es a Sevilla lo que Joyce a Dublín, Pessoa a Lisboa, John Ruskin a Venecia, Borges a Buenos Aires…
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-Efectivamente. En esa línea se desarrolla mi trabajo e investigación sobre Romero Murube. Cuando habla del pueblo no lo hace refiriéndose a una localidad. Lo hace refiriéndole a su infancia, a la melancolía del tiempo perdido y la alegría del tiempo recobrado.
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-Sin embargo, es impensable no verlo pasear por el Alcázar y leer sus reflexiones sobre el juego del patio y del jardín en la arquitectura local.
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-Efectivamente. Pero eso no lo hace caer en el localismo. Como escritor era capaz de hacer trascender sus facetas. Pasear por el Alcázar es recorrer la naturaleza civilizada.
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-Traduciéndolo a pintura ¿estaría cerca de Sorolla?
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-Yo creo que de Zurbarán.
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-Es más, entre sus casidas y el mudéjar sevillano se podría hacer todo un ensayo poético. ¿No cree?
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-Sin dudas. Las casidas son poesías arabigoandaluzas. Y lo fundamental que hace está en su capacidad de síntesis, en la convergencia de estilos: desde las vanguardias a las casidas.
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-Hablando de ensayo, en el 'Discurso de la mentira', entre otras cosas nos advertía de la turistificación del Alcázar. Me gustaría verle reaccionar contemplando las colas de guiris.
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-(Risas) Seguro que se le ocurriría un comentario irónico e inteligente sobre el turismo sin alma y alguna forma de afrontar la masificación turística.
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-Su amistad con Lorca fue muy intensa. Hasta el punto de que usted acaba de investigar la posible influencia de su poema 'El romance del crimen', de 1929, en Poeta en Nueva York.
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-Así es. Este poema, en su primera edición, en Mediodía es de febrero de 1929, meses antes de la partida de Lorca a EE.UU. Un año después el poeta granadino regresa con su libro Poeta en Nueva York, de los años treinta al treinta y cinco estuvo preparando ese poemario y su amistad con Murube fue más estrecha. Estoy convencido que el poeta sevillano lo ayudó a buscar el nuevo estilo que se plasma en Poeta en Nueva York.
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-Murube le dedicó, desde el bando nacional, un pequeño poemario a Lorca en plena guerra civil. ¿Por qué fue tan respetado y bien tratado por el régimen?
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-Tuvo episodios donde lo llamaron al orden. Pero supo mantenerse desde Alcázar, donde era alcaide, de perfil. Ayudó a sus amigos por encima de las ideologías y estuvo en Granada tras el fusilamiento de Lorca y ayudó a Miguel Hernández.
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-Hay poemas suyos que solo se pueden escribir estando muy enamorado. ¿Era muy Tenorio?
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-(Risas) Quizás más Miguel de Mañara y hermano de la soledad…
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-Pero sabemos que tuvo una relación muy prolongada y constante con su traductora francesa, Anita, mantenida oculta como mandaban las reglas de su tiempo.
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-Sí, sí, de eso habla entre líneas sus escapadas a Roma, Suiza y su correspondencia privada que recibía en el Real Aeroclub.
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-¿Por qué no lo invitaron a los actos fúnebres de Cernuda?
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-La Sevilla que Cernuda no cita en Ocnos es la que atesora Romero Murube y no quiso contar con él.
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Por Félix Machuca