Nocturno a Rosario

Cincuenta años después: conversaciones entre un diablo y una musa

Entrevista a Rosario (Carlos German Amézaga con Rosario) . 13 de marzo de 2014 a la(s) 9:35

A todos los que de buena fe maldicen todavía á una criatura inocente del daño que se hizo Acuña. La Rosario que inmortalizó el poeta, existe en México y es mi amiga. ¿Qué hombre de pluma no la conoce allá? —Rosario de la Peña es un monumento histórico, — me decía una tarde Manuel José Othón, el dramaturgo mexicano á quien el invicto Echegaray ha batido palmas. Manifesté vivos deseos de conocerla, y Othón me prometió anunciarla mi visita, agregando que desde algún tiempo atrás habitaba Rosario en el pueblo de Guadalupe, situado á algunos kilómetros de la capital y segregada por propia voluntad, casi completamente, del mundo social en que antes viviera. Pocos días  después, José María Bustillos, uno de los poetas más jóvenes y aprovechados de México, me presentó á Rosario por encargo de Othón, que se dirigió precipitadamente á San Luis, cumpliendo antes con anunciarme á esta dama que nunca celebraré lo bastante haber conocido. Guadalupe es á México lo que Lourdes á Francia: el lugar de un santuario donde no deja un día de ofrecerse á la Virgen el más reverente culto por los católicos. En Guadalupe, como en Lourdes, tuvo la madre de Dios el capricho de presentarse á un pastor sencillote y no menos ignorante que Bernardita. El santuario mexicano no cede en esplendor al francés, y creí natural cuando me dirigía allí, que Rosario viviese prosternada ante el altar de la Virgen, doliéndose todavía de su homicida crueldad para con Acuña. ¡Qué desengaño el que me esperaba! En una casita modesta de la villa, no muy distante del Santuario famoso, vivía nuestra heroína, acompañada de su señora madre, una joven hermana y varios sobrinos. La madre de Rosario y su hija menor, Margarita, fueron las primeras personas á quien hablé. A juzgar por el aspecto de la anciana y de Margarita, la hija mayor ausente no debía desdecir la singular hermosura patrimonio de aquella raza. Bien pronto me hice cargo de que estaba en el seno de una familia hospitalaria y cordial. Respiré esa atmósfera del hogar decente no desvirtuado por la pobreza, y comprendí á las primeras razones cambiadas con los dueños de la casa, el secreto amargor que deja en los corazones más fuertes toda declinación muy rápida de fortuna. Abriendo y cerrando con estrépito una mampara, adelantó hacia mí, de pronto, Rosario, la mujer á quien buscaba yo en mi peregrinación literaria con un fervor no menos digno de respeto que el de los fieles cristianos en Guadalupe. Era una mujer de sangre española, bastante morena y de cuarenta años. Alta y erguida, tenía la majestad de una princesa reinante. Su cabello negrísimo blanqueaba en algunos puntos; sus ojos, de un

pardo obscuro, centelleaban en la cavidad de sus órbitas con la inequívoca luz de la inteligencia. Una nariz correcta, unos labios muy rojos, apretados y finos completaban esta fisonomía que debió ser soberanamente hermosa diez años antes, y que produce todavía una impresión agradable por su conjunto armónico,

lleno de animación y de vida, profundamente simpático. Hablamos, y desde el principio me expliqué la fascinación .que ejerció esta Rosario sobre los poetas que allá en su mocedad habíanla cantado como á una diosa. No presume de literata ; jamás ha compuesto un verso, pero recita admirablemente los versos de sus amigos y de otros notables bardos. Tiene un timbre de voz melodioso, una manera de decir que subyuga, porque da á cada palabra y sin aparente esfuerzo, el tono más apropiado para su eíecto, cual si estuviera sintiendo idénticamente con el autor. El resumen de mis conversaciones con Rosario, respecto á Acuña, lo daré aquí en forma de diálogo para conservar en lo posible su exactitud. Debo sí, advertir, que estas conversaciones las tuve algún tiempo después de mi presentación á ella, y cuando en el seno de la confianza amistosa, comprendió

que no me guíaba, al hablarla sobre ciertos asuntos, por una impertinente curiosidad.

ENTREVISTA...

 —¿Cómo hizo Vd. conocimiento con Acuña?

—Me fué presentado en casa con

motivo de sus primeros triunfos poéticos. Mi casa, no lo atribuya Vd. á pretensión mía, era un centro de reunión preterido por los más distinguidos literatos de entonces. Yo recibí á Acuña lo mismo que mis padres y mis hermanos, como á un buen amigo, sin que él hubiese en el resto de su vida manifestádose de otro modo.

—La fama cuenta, y Vd. no debe ignorarlo, que Acuña se dio la muerte por los desdenes de la Rosario aquella á

quien dedicó su Nocturno...

—Sí señor, así aparece á primera vista ; pero nada es más falso que aquello de que Acuña se haya suicidado por

mí.

—Vd. no le desdeñaba?

—Muy lejos de eso, yo lo quería como se puede querer á los hombres de la naturaleza de Acuña : con admiración y cierto respeto. Ahora, si mi corazón perteneció á otro...

—Luego es cierto que él vivía celoso y que la desesperación le arrastró al suicidio.

—¿ Cómo podía yo darme cuenta de ese cariño en un hombre que me trataba como á su hermana, que siempre estaba alegre en presencia mía, que jamás me habló de terribles pasiones ni de violencias? Para que mejor comprenda Vd. el carácter de Acuña, bástele saber que sus amigos todos le creían escéptico en el amor hasta el punto de conceptuar imposible que se apasionase exclusivamente de una mujer. Cuando vino á casa, ya sostenía relaciones estrechas con una poetisa notable. Yo no podía ignorarlo, y si de broma aludía alguna vez á estas relaciones, Acuña se manifestaba un buen muchacho contento de su felicidad y nada exigente.

—Muy extraño es lo que Vd. dice, y más extraño aún, que un poeta sincer y de la talla de Acuña haya querido engañar al mundo en su último trance...

—¿Vd. no comprende que yo no tengo tampoco por qué mentir? Si fuese una de tantas vanidosas mujeres, me

empeñaría por el contrario, con fingidas muestras de pena, en dar pábulo á esa novela de la que resulto heroína. Yo sé que para los corazones románticos no existe mayor atractivo que una pasión de trágicos electos cual la que atribuyen muchos á Acuña; yo sé que renuncio, incondicionalmente, con mi franqueza, á la admiración de los tontos, pero no puedo ser cómplice de un engaño que lleva trazas de perpetuarse en México y otros puntos. Es verdad que Acuña me dedicó su Nocturno antes de matarse, es verdad que conservo el original de esa

composición como un tesoro inapreciable, pero es verdad también, que ese Nocturno ha sido un pretesto y nada más que un pretesto de Acuña, para justificar su muerte; uno de tantos caprichos que tienen al final de su vida

algunos artistas... ¿Sería yo en su última noche una fantasía de poeta, una de esas idealidades que en algo participan de lo cierto, pero que más tienen del sueño arrebatado y delos vagos humores de aquel delirio ? Tal vez esa Rosario de Acuña, no tenga nada mío fuera del nombre!

—Perdone Vd. que no dispense entero crédito á sus palabras. ¿Quésignifican entonces las expresiones amargas

y tan concretas de ese Nocturno? ¿Cómo fingir tan admirablemente bien lo que no es verdadero en el corazón de un hombre que va á matarse? Recuerde Vd. los siguientes alejandrinos :

Comprendo que tus besos

jamás han de ser míos,

comprendo que en tus ojos

no me he de ver jamás:

y te amo, y en mis locos

y ardientes desvarios,

bendigo tus desdenes,

adoro tus desvíos,

y en vez de amarte menos

te quiero mucho más.

Á veces pienso en darte

mi eterna despedida,

borrarte en mis recuerdos

y hundirte en mi pasión:

mas, si es en vano todo

y el alma no te olvida,

qué quieres tú que yo haga,

pedazo de mi vida,

qué quieres tú que yo haga

con este corazón?

Y luego que ya estaba

concluido tu santuario,

la lámpara encendida,

tu velo en el altar ;

el sol de la mañana

detrás del campanario,

chispeando las antorchas,

humeando el incensario,

y abierta allá á lo lejos

la puerta del hogar...

—Todo eso es fantasía pura. Yo amaba es cierto, á otro hombre, al único á quien me he sentido obligada por el

cariño toda la vida; á Manuel María Flores, á quien Vd. seguramente ha conocido de fama... pero, ese pacta no menos desgraciado que Acuña, y que ha muerto posteriormente en mis brazos, ese hombre que no sospechaba tener un rival en su amigo Acuña, se encontraba en aquellas circunstancias fuera de México. Le repito á Vd. que Acuña no pudo estar quejoso de mí porque siempre fui amable con él y no usé de ese rigor á que alude en sus versos, porque ni lugar siquiera me dió para tal rigor... Es bien difícil, amigo mio, la causa que yo defiendo, pero tengo todavía en mi apoyo una prueba que es concluyente...

—Veamos aquella prueba.

—Acuña nació tan inclinado al suicidio, que debía matarse más temprano ó más tarde, conociendo ó no conociendo á esta Rosario á quien condenan las apariencias. Pertenecía el poeta á una familia desequilibrada, no cabe ya duda alguna.

—Cuidado con esa afirmación que es muy grave y puede parecer calumniosa por lo difícil que es dar las

pruebas...

-¡Las pruebas! Todos hoy en México las conocen : dos hermanos de Acuña se han suicidado con posterioridad á

él. Ya Vd. ve que eso no puede ser una casualidad sino una degeneración morbosa de que existen por desgracia muchos ejemplos...

***

Las razones últimas de Rosario dejáronme convencido. Familias hay de suicidas, como las hay de tísicos y

cardíacos. Acuña, con poseer una inteligencia de primer orden, con ser tan gran poeta, llevaba escondida en lo más íntimo de su sér aquella desesperación muda, aquel profundo disgusto de la vida que precipita ordinariamente al suicidio, cuando se ponen determinados sentimientos en conjunción. No le acusemos de

loco, porque aquello también es una injusticia. Sentir con mayor viveza que otros el dolor, no resistir á la pena que algunos sobrellevan con estoicismo, sera una debilidad puramente animal, pero no un total eclipse de la razón. Hiperestesia no quiere decir locura. Ella, por el contrario, es á las veces, generadora de muchas obras sublimes de arte que significan para su autor angustia horrible, llantos é insomnio, tensión nerviosa que enferma, incubadora fiebre que mata.Después de visitar á Rosario he reflexionado mucho en si era ó no conveniente trasmitir al público las noticias que recibí de sus labios. Como esas noticias acrecen en interés á la distancia que se halla México de nosotros, no he vacilado al fin en hacerlo. Perdóneme, pues, Rosario, que por complacer á mis lectores de Sud-América, donde tiene tantos admiradores Acuña, haya trazado las anteriores líneas que aclaran un punto obscuro en la historia del infortunado poeta.