Fuente: https://mx.noticias.yahoo.com/blogs/por-debajo-piedras/el-rom%C3%A1ntico-suicida-095239064.html
Ofrenda de muertos a Manuel Acuña (y a su hijo).
En el caso de Manuel Acuña (1849 - 1873), el “a nadie se culpe de mi muerte” tiene este matiz: “nadie más que yo mismo es el culpable”.
Optó por quitarse la existencia, esa existencia de “extrema pobreza” que padecía, en el interior de un monumento erigido a la vida: la Escuela de Medicina donde habitaba siendo alumno. Aquella casa de estudios se encontraba en el viejo barrio universitario, en lo que hoy llamamos Antigua Escuela de Medicina, instalación patrimonial de la UNAM en la ciudad capital.
Manuel Acuña Como futuro médico combinaba con embargo su actividad con la Literatura, es decir, esta última lo alejaba de los estudios: fue un alumno irregular.
Escaso de recursos económicos como buen estudiante, que además sufría la falta de apoyo desde casa en provincia por parte de sus padres, enfermo de nostalgia, de pasión, de amores, con desdicha, melancólico: no se suicidó antes por temor al infierno, aclara en una carta anterior a la póstuma.
Esa imagen difiere fuertemente de otra faceta de Acuña. Era hombre de amistades y dado a la tertulia, donde la atención se centraba en él por la chispa de su plática.
A pesar de ser un veinteañero e incluso antes de serlo, supo hacerse de un lugar en el principal círculo intelectual de la época. Colaboró en varias publicaciones, por ejemplo en “El Renacimiento” de Ignacio Manuel Altamirano, donde se congregaban desde los muy jóvenes como nuestro poeta hasta mayores como Ignacio Ramírez “El Nigromante” y Guillermo Prieto que no eran de su generación -pues lo superaban con veinte o treinta años-, y que no obstante esto se acercaron con intenciones románticas (no en el sentido de corriente literaria, sino en el otro) a Laura Méndez, posteriormente pareja de Acuña.
(Han llegado a nuestros días imágenes de Ramírez y Prieto bien conocidas, mientras que en el caso de Laura lo que está más accesible no ilustra su apariencia de esos días, sino de años posteriores. Acuña desde luego sí está retratado en época, y nos provoca dos asombros: uno es que cómo alguien tan joven pudo escribir aquella obra, y el otro es que cómo alguien tan joven se veía tan disminuido).
La poesía del autor ha despertado –para decirlo brevemente- dos fuertes corrientes de opinión. La primera es una gran empatía por su romanticismo, en el que nos vemos reflejados. De esta primera manera de leerlo se deriva otra, la que lo considera cursi, meloso, excesivo. La segunda gran corriente de opinión lo tiene por el último gran poeta romántico del siglo XIX mexicano, y autor del también mejor poema de todo ese siglo: “Ante un cadáver”. (http://www.poesi.as/ac990100.htm)
Acuña terminó su relación amorosa con Laura Méndez dos veces, acompañadas de sendos poemas. En el segundo de ellos, titulado “Adiós”, menciona lo que sería el porvenir de él:
Adiós, paloma blanca, que huyendo de la nieve te vas a otras regiones y dejas tu árbol fiel; mañana que termine mi vida oscura y breve ya sólo tus recuerdos palpitarán sobre él.
(En donde no se entendía aún que “termine” no quería decir que su vida terminara sola, sino por mano propia).
También poeta, Laura Méndez, madre del único hijo de Acuña, escribió a su vez para el escritor un “Adiós” donde le dice:
¡Qué hermoso era el delirio de mi alma soñadora! ¡Qué bello el panorama alzado en mi ilusión! Un mundo de delicias gozar hora tras hora y entre crespones blancos y ráfagas de aurora la cuna de nuestro hijo como una bendición.
Dolorosamente, ese hijo habría de vivir sólo tres meses: la mitad antes del suicidio de Acuña y la mitad después.
(¿Y entonces Rosario, la de “Nocturno”? Bueno, esa ya es otra historia).